M ira, contempla, observa con medio rostro detrás del mostrador, le veo mientras hablo con otro cliente. Después de muchas vueltas, en un momento de ruido y confusión cuando han coincidido dos repartidores, algunos clientes más y la vuelta del cambio al primero, noto como una sombra ha entrado. Me pasa por detrás y sube a la sección de arriba, un anexo de la librería que corresponde a los temas que en su momento no cupieron abajo. Mientras despacho a un cliente detrás de otro, noto que soy observado por el espejo de seguridad en todos mis movimientos. Personalmente no utilizo casi nunca esta herramienta, excepto en contadas ocasiones, aunque mucho menos se suele utilizar a la inversa. En los intervalos de tiempo en los que estoy libre dirijo la mirada a aquel rincón de la tienda y compruebo que sigo siendo furtivamente escrutado con la misma intensidad que al principio.

De esta persona no sé nada y es la primera vez que la veo. Empiezo a oir ruidos de plásticos y en el momento en el que parece trajinar más desaparece del espejo y se esconde en un pequeño pero seguro ángulo que por las características espaciales de la habitación fue imposible cubrir. Son años de experiencia y de anécdotas, muchas, pero cuando se llega a este punto, el ambiente y la situación suele hacerse violento y bastante desagradable.

Antes de que pueda tomar alguna decisión o hacer algún movimiento al respecto, me encuentro de nuevo cara a cara escrutado en el espejo, esta vez con más intensidad que la primera y la segunda vez y además, con un punto de insolencia que me cuesta comprender. La situación se repite un par de veces más seguida de ruiditos de plástico. No puedo entender nada y en un arrebato de impaciencia empiezo a subir la escalera sin tener en cuenta la musicalidad de los peldaños y vista la complejidad, me encuentro anunciando mi subida como quien da una patética última oportunidad.

Cuando estoy arriba reacciona rápidamente, lo veo en el espejo ya, que en casi un solo bote ya está en el otro extremo de la estancia disimulando y aparentando un interés desmesurado por los libros de la fundación Bernat Metge.

No me muevo, hojeo Les Bruixes de Llers, de Carles Fages De Climent, y me sorprendo de como con un libro en la mano me observa escrupulosamente de reojo y casi sin respirar. En la otra mano, bajo el brazo tiene escondido un título que no llego a descifrar. Sé que es un libro más bien grueso y de un color llamativo pero no puedo adivinar cuál es. Cuanto más tensa se pone la atmósfera allí dentro, sin que haya ninguna evolución para bien o para mal, puedo sentir por el cambio de ambiente, que ha entrado alguien y que ya está en el mostrador desdoblando el papel de sus encargos. Bajo sin perder de vista el espejo, como si me hubiera dado un golpe de aire de esos jodidos. Cuando llego, despacho a un cliente, a otro, y, como pasa siempre en estos caso, todo el mundo parece haber decidido entrar en este momento. Entre cliente y cliente procuro echar una ojeada al espejo redondo, y ya algo resignado (pero no menos desazonado) aún soy observado cómodamente desde arriba.

De tanto volver la cabeza mientras hago un paquete de regalo, el cliente al que despacho parece tener ganas de saber qué pasa pero no se ha atrevido a decir nada. Eso sí, seguía mis movimientos y la librería se ha impregnado definitivamente de un aire que se parece mucho al de una casa de locos, ha perdido por unos instantes el ambiente relajado y agradable de costumbre por otro de manicomial. Se han sucedido los clientes y también los amigos que han venido como siempre pero que me habrán encontrado ausente y discretamente se han ido cuando un servidor seguía en lo suyo. Al otro lado, la misma cara, la misma expresión, hasta que en un momento en el que servía a una señora del barrio, me ha desaparecido de la totalidad del campo de visión que cubre el espejo, y me ha salido bruscamente por un lado del mostrador, de detrás de un expositor. En un solo gesto ha puesto rápidamente el libro que tenía debajo del brazo delante de mí sin decir ni una palabra. Cuando ha depositado la cantidad exacta y antes de poder mediar palabra o cruzar una mirada, he notado un movimiento de aire y he comprobado como salía volando de la librería, casi pasando por encima de alguien que entraba. Todo ha sido muy rápido y ahora veo en la pantalla mientras tecleo el ISBN, la última venta: Cómo vencer la timidez, nuevo manual.