Diario de Mallorca

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Lo vi, ¡era un turista!

Yo me dije, este hombre está asustado, habrá perdido el último vuelo de repatriación, tendrá hambre y sed, y estará buscando el consulado

Estaba sentado en la terraza de mi casa, cerca de la playa, serían las tres de la tarde cuando mi encantadora esposa se presentó con una bandeja de plata en la que había una taza de café y un plato de postre con unas galletas hechas en España con una receta danesa. Desde el confinamiento hemos instaurado costumbres casi militares, por las mañanas después del desayuno leemos la prensa y repasamos los Whatsapp, mensajes y correos. Hacemos algunas llamadas por teléfono y luego yo preparo el almuerzo-snack ligero-digestivo y ella hace el café. Pues bien, cuando estaba a punto de dar el primer sorbo del oscuro liquido lo ví. Quedé casi paralizado. Un hombre con gorra de béisbol roja, gafas de sol, bermudas a cuadros, camisa hawaiana y una bolsa tipo playera colgada del hombro, iba caminando por la acera en dirección al mar, no tuve la menor duda, ¡era un turista, un turista de verdad! Me levanté emocionado de la silla y lo observé atentamente, iba paseando con lentitud, mirando a izquierda y a derecha como si se estuviera orientando. Estaba seguro, era un visitante extranjero, quizás el único que quedaba desde que empezó el vaciado de Mallorca.

Le dije a mi mujer, mira cariño, por allí va un turista, voy a seguirle, quizás le pueda hacer una foto para publicarla en Facebook. No vayas, me contestó ella, no debes de salir, ¡está prohibido y lo sabes!.

Siempre me ha gustado el riesgo, le recordé a ella, cuando nos casamos no teníamos ni para pipas, ¿lo recuerdas? Ella cerró los ojos y dio media vuelta. Me puse las Nike de correr de prisa y el chándal del Real Mallorca, pues si te paran, a lo mejor tienes suerte y el poli es un seguidor del club y se conmueve, me colgué del brazo la bolsa del supermercado para disimular, cogí el móvil, lo puse en modo avión y rápidamente salí a la calle, la cual estaba desierta y las aceras exentas de basuras y con los arboles llenos de pájaros. Deslizándome sigilosamente conseguí al cabo de unos minutos situarme detrás del turista, a una distancia prudencial para que no se diera cuenta de que lo estaba siguiendo. Observé sus andares y me dije, probablemente es alemán pues recogió del suelo una cajetilla de tabaco vacía y la depositó en una papelera. Sacó fotos con su móvil de una Bouganvilea cuyas hojas rojas y verdes se asomaban por encima de una pared. Al pasar por una tienda de moda cerrada se paró unos minutos delante del escaparate a curiosear. Más adelante se quedó mirando hacia un apartamento con un cartel de Se Vende colgado en el balcón.

Después El Turista se paseó por delante de un Hotel con las puertas cerradas y un letrero de "Cerrado/Geschlossen/Closed por CV" y curioseó un buen rato por toda la zona, como si buscara algo o a alguien. Entonces me dije, este es el momento de preguntarle si necesita ayuda, pues así me lo enseñaron desde la niñez, tienes que ser amable con los extranjeros, serán quienes nos traerán el pan cuando seas mayor, me decía mi abuela. Me dirigí a él con una sonrisa y le pregunté en alemán, pues como dije antes supuse que debía de ser de esta nacionalidad: Hallo Guten Tag, alles klar? Kann ich behilflich sein? El Turista me miró con cara de sorpresa, como si fuera de otro planeta. Yo me dije, este hombre está asustado, habrá perdido el último vuelo de repatriación, tendrá hambre y sed, y estará buscando el consulado, por ello me dije que esta era la ocasión para hacerme una foto con él para después mandarla a mis amigos y publicarla en las redes. Me acerqué y le dije: Ein Selfie bitte? Entonces el hombre me miró con cara de pocos amigos y me respondió: ¿Que vols, que punyetes xerras?, ja podrias ajudar-me a cercar sa cusa que m'ha fuite fa dues hores y no le puc trobar! De piedra me quedé, también desilusionado, lo tuve tan cerca y resultó ser un mallorquín como yo, sin glamour, uno que buscaba su perra que se le había escapado.

Regresé corriendo a casa, cabreado y frustrado, toqué el timbre varias veces pero mi mujer, que es una persona muy responsable, estaba enojada conmigo, y no me quería abrir la puerta: has incumplido las normas, me dijo con voz alta y clara, ahora te quedas fuera de casa, vete a la policía si quieres y les explicas el motivo por el cual no te dejo entrar. Yo estaba en la calle solo, suplicando y las lágrimas corrían por mis mejillas hasta caer al suelo formando un pequeño charco junto a mis zapatos, enfrente de la puerta de entrada...

Entonces sonó el despertador. Eran las ocho de la mañana. Empezaba el día treinta y tantos del comienzo del encierro por decreto ley.

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