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Matías Vallés

Ya se ve la factura al final del túnel

Hemos enfermado por encima de nuestras posibilidades, y se acerca el momento en que el dinero volverá a ser lo más importante

Ahora que empieza a verse la factura al final del túnel, se demostrará que hemos enfermado por encima de nuestras posibilidades. Hay momentos en que el dinero no es lo más importante, pero son breves y el futuro se anuncia demasiado largo, un mensaje positivo en lo pandémico pero escalofriante en lo económico. Sobre todo, porque después del secuestro domiciliario resulta que el confinamiento es contraproducente al haber entorpecido la "inmunidad de rebaño", que parece un concepto ultraliberal antes que epidemiológico.

Antes de interiorizar la amenaza de que el asalto vigente del coronavirus solo es el primero que se registrará este año, conviene recordar que el vaticinio apocalíptico proviene de los mismos expertos gubernamentales que se hartaron de comparar a la pandemia con una gripe. Según los criterios actuales del ejecutivo sobre las noticias falsas, tan difundidas por las autoridades desde el inicio de la pandemia, quien degradara el Covid-19 a un episodio griposo debería ingresar en prisión. Sin embargo, ahí sigue Fernando Simón, que en febrero vaticinaba "un puñado de casos". De nuevo, este aserto es totalmente permisible en los márgenes de la libertad de expresión que no exceptúa a los ignorantes, pero suscitaría ahora una intervención policial.

Las soluciones contra el coronavirus han sido pergeñadas por los mismos estamentos que despreciaron culposamente la tormenta que se avecinaba. Ampliando el foco, queda anulada la prepotencia europea de que la pujanza económica de Corea del Sur, Singapur o Taiwan no iba acompañado de un progreso social. La denigrante acepción de una sanidad tercermundista le encaja mejor en estas fechas a Nueva York, Madrid, Barcelona o Milán que a los tigres asiáticos. La tremenda factura de la paralización del planeta no conduce a la "desglobalización" tan cacareada desde que fuera acuñada por un banquero francés, sino a la "chinificación". Y ante la dificultad de imitar el estajanovismo oriental, lo que queda de Occidente ha decidido imitar la parte más fácil, la supresión de las libertades.

En La peste de Camus, la epidemia que aflige a Orán ejerce de metáfora del nazismo. En la peste del coronavirus, la pandemia curada solo a medias pese a las intervenciones radicales puede servir de antesala a un absolutismo digital, sin necesidad de alusiones nacionalsocialistas. El progreso en el Estado de vigilancia supera con creces a los avances en el control de la enfermedad. Ni ETA ni el terrorismo islámico propulsaron jamas el nivel de pánico entreguista del Covid-19. El CIS pregunta si "estaría usted de acuerdo con que en España no se permitiese salir a la calle y que las medicinas y suministros alimentarios se llevaran a las casas por personal especializado, como se ha hecho en China". Más de la mitad de los ciudadanos proclaman su asentimiento, una sumisión impensable en cualquier otra etapa de la democracia.

En el flanco social que volverá a ser decisivo para soportar los embates de la factura económica del coronavirus, el distanciamiento ha reforzado sensiblemente los vínculos de comunidad. La anotación notarial de los nuevos casos, y el sufrimiento compartido por cada fallecimiento, animan a esbozar una nueva solidaridad. La imagen de solo tres personas en los funerales de la víctimas no debe omitir que el dolor era compartido masivamente, con lo cual se multiplica la asistencia virtual a los sepelios. No la presencia física, porque el mundo del futuro solo funcionará in effigie, es extraño que Silicon Valley no ocupe un lugar más destacado entre los sospechosos habituales de haber desatado la pandemia.

La comunicación interior entre ciudadanos desconocidos se compatibiliza con el recelo exterior. Se ha cumplido el sueño de que en todas partes se trate a los consumidores con el desdén distanciado que antes solo se imponía en los aeropuertos. El cliente ha dejado de ser bienvenido. Molesta si no lleva mascarilla, si paga al contado, si compra poco o si adquiere demasiados productos. Contra las leyes probabilísticas, se ha impuesto la percepción de que el daño más que hipotético supera al beneficio tangible.

Con los datos oficiales pero falsos, uno de cada tres mil habitantes del planeta se ha contagiado del coronavirus. El riesgo equitativamente compartido frente a la enfermedad es una falacia, porque la cajera enfrentada a centenares de clientes diarios no corre el mismo peligro que el ejecutivo fortificado en su domicilio. Sin embargo, ni el confinamiento obtenido al encerrarse en una caja fuerte proporciona la garantía absoluta que antes podía pagarse con dinero. Cabe recordar por ello que es de justicia que todos los ciudadanos salgan adelante, pero no necesariamente en los mismos puestos que ocupaban antes de la pandemia.

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