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Metáforas insalubres

Susan Sontag dedicó un ensayo a la enfermedad y el lenguaje y reflexionó sobre el impacto de las grandes epidemias en el cuerpo social

No es una guerra. No. Por más acostumbrados que estemos a trasladar el lenguaje bélico a la medicina, por lo de combatir las enfermedades y derrotar a los patógenos, y por más que los gestores de la crisis sanitaria nos arenguen para vencer al virus, no, esto no es una guerra. No lo es porque la estrategia ganadora no es la del enfrentamiento, sino la de la colaboración, porque todos somos el mismo ejército y porque esta vez o ganamos todos o no gana nadie.

Lo de hablar de los retos sociales, económicos o sanitarios como de una batalla a los políticos les debe sonar muy épico, porque lo hacen a menudo, y sin embargo no siempre el arrojo que ponen en sus palabras y piden a sus gobernados se traslada a sus hechos. También es un recurso fácil para cohesionar y animar a la población. Cada vez menos, también es verdad, porque en estos últimos tiempos los ciudadanos parecen estar volviéndose muy escépticos. Tal vez no sea este el momento, ni de la exaltación ni del escepticismo. Quizá haya que revisar las metáforas que utilizamos para hablar de la pandemia y afrontarla mejor.

En 1978 Susan Sontag, que en 2003 se dejó caer por Oviedo para recoger el premio "Príncipe de Asturias", escribió La enfermedad y sus metáforas y diez años más tarde revisitó y amplió el tema con El sida y sus metáforas. La intelectual neoyorquina analizó en esos ensayos el vínculo entre el lenguaje y la enfermedad y muestra cómo las dolencias particulares tienen sus analogías en el cuerpo social. Habla en sus páginas del estigma sobre determinadas enfermedades, que se expresa y se propaga a través del lenguaje y de la arriesgada mistificación de ciertas patologías. Reflexiona, en definitiva, sobre el poder de las palabras y sobre cómo determinan el pensamiento y la realidad, incluso la salud. Se recurre a términos bélicos para hablar de la enfermedad -células cancerígenas que invaden el cuerpo o que lo colonizan- y el lenguaje de la medicina se traslada al ámbito político y social -una sociedad enferma, un cáncer social... A lo largo de la historia de la humanidad, la enfermedad y las epidemias han sido metáforas de la molicie y la decadencia, tanto de los individuos como de las civilizaciones.

Para los antiguos, cuenta Sontag, la enfermedad se convertía casi siempre en un instrumento de la ira divina. El juicio y la sentencia de los dioses recaían sobre una comunidad o sobre una persona. La pensadora estadounidense, exponente de la contracultura de los 70, piensa que, retroactivamente, las epidemias sí son actos de justicia, una afirmación que deja fuera el aspecto divino o religioso. Lo que Sontag sostiene es que esas catástrofes desencadenan "el inexorable derrumbe de la moral y las buenas costumbres" y con él el fin de una civilización. Ella lo ejemplifica en la plaga que en el siglo V antes de Cristo devastó Atenas o en el deplorable comportamiento de los florentinos durante la gran peste. En la Edad Media la peste y la corrupción moral iban unidas.

Para el ser humano es casi inevitable identificar las epidemias con el desorden y los cambios sociales, concluye Susan Sontag. La pandemia que hoy asola el mundo es un signo de los tiempos, con ella se inicia una nueva época, un cambio de paradigma y las antiguas metáforas ya no valen para entender lo que está aconteciendo.

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