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Matías Vallés

El beso del coronavirus

Sin merma de la cultura del distanciamiento, el beso más esperado del coronavirus debe unir a la curva de tendencia descendente del número de nuevos casos diarios con el trazo de voluntad ascendente de los enfermos recuperados durante el mismo lapso. En ese momento, que no se había alcanzado el martes en España, las dos líneas intercambian sus trayectorias tras el ósculo. Los curados se imponen numéricamente a los contagiados, desciende el número total de casos activos, y brotan las primeras razones para el optimismo.

La crudeza de las imágenes en las UCIs hospitalarias contrasta con la belleza magnética de las curvas de la enfermedad, aunque también delineen una realidad trágica. La fascinación por la simetría no queda yugulada en épocas de pánico, lo cual obliga a mantenerse escéptico ante quienes diseñan curvas de descenso de la epidemia calcadas de la melodía seguida en su pujanza. La realidad contagiosa puede mantenerse tozuda con una tentación horizontal, o caer a plomo sin aviso previo.

El beso entre contagiados y curados es tan hermoso como el alejamiento de las líneas que señalan a los fallecidos y a los salvados. Puede alegarse que los gráficos suavizan más de un mes de miles de nuevos enfermos y centenares de nuevos fallecimientos diarios, que la síntesis en coordenadas cartesianas endulza la realidad. Al contrario, dibuja la esperanza de que la pandemia posee un sentido y no conduce al infinito infernal. Sin embargo, las curvas voluptuosas también pecan de voluntariosas. Con criterios bien conocidos en el laboratorio como la teoría del punto gordo o la supresión artera del dato insolente, se contagian de la intención de su autor, que puede obligarles a defender cualquier argumento y su contrario.

Con todo, las curvas españolas han sido más respetuosas con la realidad que el caótico suministro de datos en el mismo país. En un trabajo que por sí solo justifica la existencia de los tribunales, el Superior de Castilla-La Mancha ha desmontado la patraña de las cifras de fallecimientos artificialmente manipuladas en esa comunidad, para maquillar salvajemente la magnitud del coronavirus. Es un precedente de la exigencia revisionista que se instalará una vez que las curvas eróticas se apaisen, y dejen de disimular su voluntad de acostarse sobre el eje horizontal.

Ahora mismo, el Gobierno carece de una sola carta o curva ganadora, solo puede ampararse en el ejemplar cumplimiento a rajatabla de un confinamiento impensable en el país que inventó los guerrilleros. Sin embargo, el ejecutivo no ha podido ofrecer hasta la fecha una contrapartida a la altura del sacrificio colectivo. Un mes después del enclaustramiento que la ciudadanía jamás hubiera imaginado, dónde se están produciendo las cifras estabilizadas pero vertiginosas de contagios. Dicho de otra manera, los miles de casos incorporados esta semana no se habían infectado cuando se decretó el Estado de Alarma, de acuerdo con los plazos de difusión aceptados. Son enfermos del encierro, frutos de la aplicación de una medida preventiva y de tanteo a una epidemia que ya estaba desatada. España ha multiplicado por cinco las muertes de Wuhan, sin que sus medidas hayan sido cinco veces más restrictivas que en la cuna geográfica del Covid-19.

El Gobierno también busca una curva a su medida. Durante meses ya escatimó las pruebas, ha recurrido a juegos malabares con test fraudulentos, y con la llegada de la Semana Santa anuncia la madre de todos los muestreos colectivos. A lo sumo, los datos trasladados con rigor a las famosas curvas que han inundado la actualidad eran orientativos. No tenían más valor que configurar un estado de ánimo, difícilmente servirá de consuelo la evidencia de que España no ha sido el país más tramposo del planeta.

La inexactitud tendrá un precio. El país que ya poseía el dudoso honor de aportar las estadísticas menos fiables de la Unión Europea, deberá apoyarse en unos datos flagrantemente defectuosos para tranquilizar a los turistas que deseen invertir en unas vacaciones junto al Mediterráneo. La excusa es culpar a la plebe, reforzando el encierro como si la causa de la prolongación de los contagios radicara en el incumplimiento de la cuarentena. Esta pamplina se desmorona cotejando las denuncias policiales con el volumen de contagios, pero todo vale antes que admitir que España ha pagado su dependencia de Madrid, según demuestran de nuevo las famosas curvas de penetración y peregrinación del coronavirus. Las secuelas de este fenómeno son irreversibles hasta que llegue el momento de exigir responsabilidades. Mientras tanto, los datos deberían ser suministrados siempre en relación a las pruebas realizadas.

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