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El bien común

Aun servidor de ustedes, que fue bachiller en tiempos en los que una de las marías era FEN, para los más jóvenes, Formación del Espíritu Nacional, una especie de adoctrinamiento nacionalista avant la garde, le viene estos días a la memoria un relato incrustado en el libro de texto (tranquilos que no lo voy a relatar) titulado El bien común, que trataba de admonizar a la grey estudiantil de la importancia de estar al bien de la colectividad, del conjunto de la sociedad con dejación espartana y temeraria de lo que eran los intereses del individuo. Y es que estos días de virulencia, de estadística de diagnósticos positivos y de partes de bajas, el concepto "bien común", se repite expresa e implícitamente, en cualquier comentario, comunicado, aviso, declaración o simple meme, de forma constante y machacona en tertulias y ruedas de prensa; pero nadie parece interesado en explicar con concreción que entiende por eso de bien común. Esas dos palabras se convierten en un arcano.

Eso sí, todos los que hablan desde las altas cotas de la autoridad indican que hay que hacer aquello o dejar de hacer lo otro, que unos debieran comportarse de ésta manera y los otros de otro modo, y todo por mor del bien común; y uno se pregunta cuando se juntan esas dos palabras que quieren decir, porque en no pocas ocasiones tras el pronunciamiento los "pronunciantes" se lían a tirarse esos mismos dos palabros a la cabeza tal que elemento arrojadizo con el fin de estropearle el argumento o la frasecita al adversario, al contrario, con lo cual lo de común parece que pierde fuelle y se queda en algo más bien particular. En lo único que todos parecen ponerse de acuerdo es en la utilización de la terminología castrense para definir la pandemia en la que estamos metidos; estamos en guerra contra la bicha, una contienda que, rememorando a mi admirado Groucho Marx requeriría que todos nos dedicásemos a hablar menos y a traer más madera; pero no, es más apetecible liarse a reproches y acusaciones, con el manido "¿qué hay de lo mío?".

Ahora, en este país de 47 millones de individuos e individuas y 94 millones de expertos en todo, cada quisque tiene claro lo que se tendría que haber hecho, lo que se hizo mal y lo que no se llevó adelante bien, que como no se previó la peste, a quien hay que colgar porqué no se tenían planes para esto, que como es posible que no tuviéramos almacenadas doscientos millones de mascarillas hospitalarias, que quien es culpable de que no haya camas de hospital suficientes, todo perfectamente sazonado de esa tan hispana ciencia de la sabiduría popular a toro pasado. Y es que los planes anticipados no son garantía de éxito, como decía allá por el XIX Helmuth von Moltke, no hay plan, por bueno que sea, que resista el primer contacto con la realidad y la realidad es que ésta fiebre que vino del este, por aquello de la aldea global, nos ha pillado en nuestro confort europeo y nos ha golpeado duramente y sigue machacándonos, llevándose por delante vidas y quizá haciendas de no pocos de nuestros conciudadanos y poco importa ahora quien tuvo culpa de no hacer las cosas antes o quién es el responsable de que haya pocas mascarillas y menos hospitales, lo único que es ya no importante sino fundamental es salir de éste lio contagioso lo antes posible y con el menor peaje en vidas posible; de eso se trata, si me aceptan mi modesto parecer, eso del bien común en éste particular instante; y si eso es lo fundamental, entonces porqué tengo la sensación de que algunos siguen en el prurito de intentar sacar tajada de la crisis.

Esos unos me recuerdan a dos personajes paridos por la mente prodigiosa de Quino, el padre de Mafalda, caricaturizados en dos personajes con tinte de dirigentes voceando al unísono "Marchemos unidos hacia el futuro" al tiempo que miran fieramente y señalan con su decidido índice de padre de la patria en direcciones contrarias de la viñeta. Y es que, como suelen decir los que trabajan en la obra, si no ayudas por lo menos no molestes, eso sí sería un bien común para todos.

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