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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Repensar lo de los pisos pequeños

Parece que ocurrió en otra era. En la antecuarentena. Corría el mes de octubre del año pasado cuando, tras una reunión de la asociación de promotores inmobiliarios con el conseller del ramo Marc Pons, se nos dejó caer que el Govern estudiaba permitir la construcción de pisos más pequeños para terminar con el grave problema de la dificultad de acceso a la vivienda. ¿Más pequeños que el que habita el conseller?, nos preguntamos. ¿Más pequeños que el de la presidenta Francina Armengol? ¿O más pequeños que el domicilio del portavoz de los promotores inmobiliarios? Simplemente más pequeños que lo que marca la ley. La ley establece unos metros mínimos para garantizar a sus moradores unos estándares de salubridad. Esos estándares pueden repelarse un poquito por influencia del mercado, como si fuera un favor que nos hacen. Supongo que cualquiera preferirá un piso de 45 metros que ningún piso. Esa es la aplastante lógica del mercado, que luego cobrará los pisos al precio que le convenga, sin atender a sus proporciones. Casi nos convencen con eso de los pisos enanos, al fin y al cabo, en Mallorca hace tan buen tiempo que la casa no se te cae encima. Te vas a pasar el día a la playa o a una terracita. A un ciudadano sin posibles le financias un agujero del tamaño que sea y que el ritmo de las hormigoneras no pare. Hasta que llegó el coronavirus y nos metió a todos en casa. A cada cual en la suya, con los metros que se puede permitir.

No es lo mismo aguantar el confinamiento obligatorio en una vivienda de 60 metros o menos, como lo estamos haciendo 4,5 millones de españoles, que en un casoplón con jardín, en una casa de campo donde tus hijos pueden correr libremente, y tú no los escuchas gritar a centímetros de tu nariz 24 horas al día, en un piso de 120 metros con dos baños o en un adosado con espacio para instalar ese pequeño despacho cuqui que recomiendan para el teletrabajo. Contaron en Telecinco que la reina Letizia pasó la cuarentena recluida en su habitación de 110 metros y hubo una revolución en las redes sociales que sonó a guillotina. Tampoco nos impacta el encierro de Irene Montero y Pablo Iglesias en su amplio chalet de Galapagar.

Dicen las mentes preclaras que la crisis del coronavirus nos tiene que animar a cambiar cosas. Si, como aseguran, las pandemias se volverán algo corriente yo iría cambiando de piso. Pero no puedo. Bastante haré si salgo de esta de una pieza. Sin embargo, nuestros próceres sí podrían ir modificando sus agendas y colocar el problema de la vivienda en un lugar muy central de sus preocupaciones, olvidándose de los pisos pequeños como sus antecesores descartaron la construcción de búnkeres contra la amenaza soviética. Estos días cuando salgo al balcón noto el impresionante silencio de la ausencia de actividad. Muy amplificado en mi barrio, donde casas preciosas con patios y piscinas, y pisos enormes con vistas despejadas están vacíos porque sus propietarios tienen prohibido venir a pasar el fin de semana, o la quincena semestral, o directamente pertenecen a especuladores con el negocio congelado. Lugares perfectos para pasar una cuarentena, o como mínimo, mucho menos claustrofóbicos que uno de esos pisos pequeños que van a ser la panacea del futuro. Hay espacio, pero está muy mal repartido.

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