El otro día fue el cumpleaños de nuestro querido Amancio y se convocó un aplauso a las 21:00 de la noche para encumbrar su heroísmo al Olimpo de los dioses. Tenemos tanto que celebrar... La dicha de uno entre millones, millones en dinero y millones en personas, cuyos designios traza don Amancio, y que generan toda esa fortuna. Hemos de celebrar, también, la suerte de un afortunado en medio de innumerables infortunios. El sueño (ahora americano) entre las pesadillas europeas. El todopoderoso valor del hombre hecho a sí mismo. El soñador que nunca había soñado al empezar, como recadero a los 13 años en una camisería de A Coruña, que lograría estar en la cima del mundo. Celebremos sus gustos austeros por los huevos fritos con patatas entre 900 millones de seres humanos hambrientos. Sus 61.778.000.000 € (sí, no sobra ningún cero), frente a 2.800 millones de seres humanos que viven con menos de dos euros al día. Hoy me siento muy español y siento que debería salir al balcón y en homenaje a Ortega, de nombre Amancio, descamisarme y cantar: ¡Yo soy español, español, español!

Pura poesía: “Las acciones de Microsoft han bajado un 4,11%”, Gates perdió, quizás algún milloncete de los 110.000 millones que tiene. ¡Amancio, vamos, que en poco tiempo la alcanzas! Saber esto me hace querer escribir sonetos, o en su defecto hacer metáforas que puedan concretar en algo los sentimientos confusos y dispersos que Amancio Ortega despierta en mí: “Siento que mis brazos tiemblan, mis pelos se erizan y una lágrima se desliza por mi cara dibujando, en una travesía hacia la nada, una silueta de una máquina de coser ante la cual una mujer pasa 65 horas a la semana cobrando 178 € al mes”. Son 61.778 millones de horas de sufrimiento concentrado, de calor insoportable, las que Amancio Ortega guarda en su cuenta declarada.

¡Vaya, qué metáforas! Sí. Pero no le llegan a la suela de los zapatos a las metáforas y los relatos de nuestro querido sistema. Esas que desdibujan la relación entre los pocos ricos y los muchos pobres. Esas que tratan de borrar el nexo de (des)unión entre el 1% más rico y el 99% más pobre. Establecer la disonancia entre que el 1% tenga el 50% de la riqueza y que el 71% tengamos el 3%...eso sí que es obra de los mejores poetas del mundo, que tejen mediante la ideología el relato que nos hace decir en los bares y tribunas y en todos los lugares: “Que bueno el Amancio, que ha donado material para luchar contra el coronavirus”. Sí. Y qué buenos el BBVA, Iberdrola, Inditex, Santander y Teléfonica donando 150 millones de euros para luchar contra esta pesadilla. Qué ejemplo de persona, por ejemplo, Messi, que dona un millón. Cuando fue juzgado por evasión de impuestos. ¿De verdad, que nos hemos vuelto tan serviles? Aunque quizás no haya tanto de qué preocuparse. Durante la Edad Media también había campesinos y siervos que celebraban la protección del señor ante una sequía, cuando llevaban años donando el 90% de su producción. Vamos, que siervos ha habido durante toda la historia.

Proponía el otro día Íñigo Errejón en el congreso un método innovador de donaciones, consistía en una operación de donación anual acorde a la capacidad económica de cada uno. Él los llamó “impuestos”. Si se luchara tanto contra la evasión como contra la elusión fiscal, quizás los millones se quedarían en nuestro paraíso, y no en Suiza o Luxemburgo. Hoy en día presumen los que consiguen eludir sus responsabilidades, pero cuentan los liberales románticos que hubo un tiempo en que los jefazos se enorgullecían de pagar impuestos y dar trabajo a cuantos más trabajadores mejor. Cuentan esos mismos liberales, que hoy se enorgullece uno de hacer mucho con muy poco. Y eso es lo que piden las tasas de ganancia de este, nuestro querido sistema. Por eso hay tanto que celebrar. Las denuncias a nuestro amado Ortega que provienen de Asia y que nos hablan de trabajo esclavo no importan. No importan tampoco las acusaciones que recibió en Brasil. Y a todo este barullo cabe añadir una cuestión más técnica: cada camiseta de algodón requiere de 1.200 litros de agua en su fabricación, y si antes había 4 temporadas de moda ahora hay 52. Pero obviamente de todo esto no tiene ninguna culpa nuestro querido Amancio.

Dicen algunos que “para que haya gente que vive bien, hay gente que ha de vivir mal.” Incluso dicen en una especie de alucinación teleológica que adolece del mito del progreso que “para que algunos podamos disfrutar otros tienen que pasar por donde pasamos nosotros en la década de los 50”. ¿Sabéis qué? Tienen razón. Al fin y al cabo mi madre también cosía cuando tenía 13 años. Pero ella no se lo curró tanto como Amancio. Mi madre lo hizo mal. Y me da rabia. Con lo fácil que es hacerlo bien y subir por los peldaños de la escalera hacia el éxito social. Mamá, celebremos que ese señor que empezó como tú, ha acabado solo como él. Como solo él podía acabar, siendo uno de los más ricos del mundo.

De verdad que siento ser tan irónico, pero es que a veces me pongo poeta y a veces plebeyo, es lo que tiene sentirse tan confuso y contrariado ante los patriotas que celebran los millones de uno a la vez que obvian la desdicha de millones.

*Exdiputado de Podem Illes Balears en el Parlament