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Mar Ferragut

El vecino delator

Personas que se han autoerigido los guardianes del confinamiento critican, censuran e incluso abuchean a otros que salen a la calle sin, según estos vigilantes, razón aparente

Una consecuencia que no me esperaba de esta pandemia es el efecto ‘vecino delator’ o los autoerigidos ‘guardianes del confinamiento’. Al principio del encierro animaba ver que de forma generalizada se aceptaban las medidas. Mucha etiqueta #Quédateencasa y #Yomequedoencasa y muchos dibujos de arcoíris. Incumplir las normas en este caso no tiene ningún halo de atractiva rebeldía: se ha entendido que vulnerar estas normas no es cool ni ingenioso. Los primeros días esbozabas una sonrisa cuando te contaban que había señoras paseando una barra de pan por todo el Paseo Marítimo. O cuando escuchabas las bromas sobre un posible alquiler de perros para tener excusa para salir a dar una vuelta.

Pero la picaresca para vulnerar el Decreto de Alarma no es como la del Lazarillo: aquí somos todos los que estamos en confinamiento y los listillos de turno no generan simpatías. Ha caído por enteros también la popularidad de la cuenta de Twitter @CoronaVid19: sus comentarios hace tres semanas parecían hilarantes, hoy recibe insultos a diario (en España hacía gracia este perfil cuando en Italia ya estaban encerrados en casa y morían centenares de personas cada día, la teoría del kilómetro sentimental lo llaman).

En general se ha impuesto la responsabilidad (las multas también colaboran, no lo voy a negar), pero pasar de la aceptación de las normas al linchamiento popular de los que, según algunos, las incumplen es un giro que no me esperaba y que me gustaría saber si se da en otros países. En otro sitios, ¿se grita por la calle a las personas que aparentemente circulan sin causa justificada? ¿se comenta en el patio de vecinos ‘es que esos no salen a aplaudir a las 20h’? O, incluso, ya en un giro tremendamente humano (y no sé si tremendamente español), ¿pasa en otros sitios que al salir a la ventana a aplaudir a los sanitarios se acabe abucheando a un joven que está volviendo a casa después de estar precisamente trabajando en un hospital?

Yo ahora las veces que salgo a la calle (a comprar comida, ¡lo prometo!) me siento como cuando al salir de las tiendas atravieso los arcos de las alarmas o cuando voy conduciendo y veo un coche de la Policía en el arcén: me siento pre-culpable y pienso que me van a llamar la atención aunque no haya hecho nada malo. Voy caminando por las calles (a la farmacia, ¡lo juro!) y veo las miradas de la gente en los balcones y terrazas. Algunas caras son de aburrimiento, pero en otras ves cejas levantadas: “¿Adónde irá ésta?”.

Hacer bandos siempre ha tenido tirón en nuestro país y por eso quizás de forma espontánea algunas personas hayan decidido crear el de los responsables contra los irresponsables (que son quienes los responsables decidan). Cómo nos gusta un buen linchamiento social. Y estamos en un momento complicado para los bandos.

La discusión política se mueve en un terreno inexplorado para muchos al rebajarse unos cuantos enteros el nivel de crispación. Se han dejado unos servicios mínimos de guardia (Ayuso y sus aviones; Montero y sus manifestaciones; Vox y su xenofobia) pero ha bajado el tono durísimo en el que nos habíamos acostumbrado a vivir. Las tertulias se han vuelto más cautas. Las competiciones deportivas (las propias y las profesionales) se han anulado y no hay rival ni árbitro del que quejarse.

Eso sí: Sálvame, el programa de cotilleos en el que colaboradores e invitados se gritan unos a otros por temas de cero relevancia, sí se mantiene (lo he comprobado en la web de Telecinco antes de escribir este artículo: Mar Ferragut, servicio público). Quizás en este contexto sí sería sano (mira lo que estoy diciendo, igual merezco un confinamiento más prolongado) que las personas con ganas de criticar vean estos programas y le griten a la televisión, en vez de criticar a una señora que se ha llevado a su hijo a la compra porque es madre soltera y no tiene con quién dejarlo. O al padre de un niño con autismo que necesita sí o sí salir a que le dé el aire.

Nos gusta montar bandos y nada los cohesiona mejor que tener un enemigo común, pero en este caso se nos ha olvidado que ya tenemos uno: le llaman Covid-19. Pero, claro, no lo vemos, ni podemos gritarle, ni hablar mal de él con el resto de vecinos de la escalera, que son de los nuestros, de los responsables, no como ésa que va por la calle, ¿adónde irá?

(A la panadería, ¡lo prometo!)

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