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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Escalando la curva

A tenor de las previsiones, es lógico pensar que en uno o dos días debería empezar a bajar el número de contagios y de fallecidos

Cuando escribo estas líneas se están superando los 4.000 fallecidos y los 56.000 contagiados contabilizados por el coronavirus, muchos más en realidad, sin contabilizar. Unos números superiores a los de China. Según todas las previsiones estamos escalando los últimos tramos de la curva de contagios. Si entre el contagio propiamente dicho y la aparición de los primeros síntomas transcurren unos diez días, teniendo en cuenta que el decreto de alarma es del 14 de marzo, es lógico pensar que en uno o dos días, viernes o sábado, deberíamos alcanzar el máximo y debería empezar a bajar el número tanto de contagios como de fallecidos. De confirmarse estas previsiones se estaría también avalando la eficacia de las medidas de confinamiento. Varias comunidades autónomas han reclamado un confinamiento total. Desde el primer momento ésa ha sido la posición de la Generalitat de Cataluña. Contra ella se ha pronunciado Miquel Porta, epidemiólogo, investigador del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas de Barcelona y profesor de esta especialidad en la universidad de Carolina del Norte. Ha dicho que consiste en un inconcebible uso de la situación por parte del independentismo, indecente y muy dañino; que constituye una falta de respeto y de profesionalidad por parte de los científicos que avalan la postura de la Generalitat. Se refiere a Oriol Mitjà y a Bonaventura Clotet, cuyas especialidades no son precisamente la epidemiología. Porta desacredita sus críticas, señala su encuadramiento en las filas del independentismo y cuestiona sus declaraciones sobre la pandemia al no formar parte ésta de su campo profesional; las incluye en lo que él califica como "activismo pandémico". 100.000 secesionistas viajaron a Perpiñán el 29 de febrero.

A la luz de los datos disponibles hasta el momento, no hay ninguna prueba de que las medidas adoptadas puedan ser insuficientes, por lo que no queda otra que apoyar las medidas del gobierno. Otra cosa es la valoración de la previsión, rapidez y contundencia con la que el gobierno presidido por Sánchez empezó a tomar las medidas. La valoración ha de ser muy negativa. Desde diciembre se tenía conocimiento de lo que pasaba en Wuhan y forzosamente el gobierno estaba sobre aviso de lo que podía empezar a suceder. El 2 de marzo Fernando Simón disponía de la información de la OMS que desaconsejaba concentraciones de personas. El 7 de marzo se autorizó el Atlético De Madrid-Sevilla (60.000 espectadores); se autorizó e incentivó la manifestación feminista del 8M (120.000 participantes) y también se autorizó el mitin de Vox en Vistalegre (9.000 asistentes). Pero, de todo, lo más grave es la carencia de medidas de protección individual para el personal sanitario, mascarillas, batas de protección, geles desinfectantes, y respiradores para las UCI de los hospitales y tests para identificar al máximo de contagiados. Pero también para todos los tramos de vulnerabilidad ante una epidemia: personal de residencias de mayores, miembros de los cuerpos de seguridad, de las funerarias, etc. Ninguna diligencia de previsión en caso de pandemia, cuando los expertos aseguran que un Estado debe estar preparado para luchar contra ellas de la misma manera con la que se prepara para la defensa militar. El ministro de Sanidad asegura haber firmado contratos por valor de 432 millones de euros con China para que las próximas dos semanas vayan avituallándose todas las autonomías. Está muy bien, pero la imprevisión, la falta de diligencia y el retraso pueden haber costado muchas vidas. La demostración de esas carencias del gobierno se puede ver comparando las cifras de sanitarios contagiados: un 4% de China; un 8% en Italia; un 13% en España (5.400), que tenía los ejemplos previos en el tiempo de aquellos países. Las declaraciones de la ministra de Defensa sobre la situación en las residencias donde la UME encontró fallecidos, asegurando que iban a ser "implacables", suena a despropósito e injusticia por el olvido institucional de las residencias donde los ancianos caen como moscas y donde, no solamente es que los cuidadores no disponen de equipos de protección, sino que las funerarias no podían retirar los cuerpos por falta de estos equipos.

Es reconfortante la actitud de los sanitarios, de las fuerzas de seguridad, de las cajeras de los supermercados, de los funcionarios y empleados públicos, de la industria química, farmacéutica, etc. También es digna de mención la actitud de empresas como Telefónica, Inditex, Iberdrola, BBVA y Santander, aportando 150 millones para la compra de respiradores; que Amancio Ortega active sus fábricas para elaborar batas y mascarillas. En cambio, hay que deplorar las vacuas y soporíferas intervenciones del presidente del gobierno. Una cosa es salir por televisión para lo esencial, dejar claro al país que se está liderando la batalla, informar sobre las medidas del gobierno, reclamar esfuerzo y solidaridad y ofrecer un panorama de lucha y victoria contra el virus y otra es enredarse en detalles accesorios que sólo sirven para monopolizar las pantallas (el sábado pasado, 70 minutos; el domingo, 62 minutos) y hacerse el autobombo, obviando la más mínima autocrítica por las imprevisiones y las negligencias cometidas de las cuales es el único responsable. Calvo ya ha resultado contagiada. Igual puede reprocharse al Rey. Zarandeado por las informaciones sobre las prácticas corruptas de su padre, seguramente conocidas desde hace tiempo, zarandeada la monarquía misma por ellas, su intervención fue insustancial, inane, totalmente prescindible en los duros tiempos del coronavirus.

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