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José María de Loma

Bici estática

Salgo a la calle. Por imperativo laboral. Llueve. No tiene uno el día para metáforas. La imagen que más a mano tengo es la de Cela en Mazurca para dos muertos: "Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento".

Ceniciento estoy yo, que no llevo paraguas ni anorak. Uno, que es un desastre con virus y sin virus. Ocho minutos tardo en llegar a mi destino caminando. Durante la ruta: tres miradas de desconfianza, cuatro tipos enmascarillados, una señora con bolsa del supermercado, un mendigo, un coche de los municipales. El tipo que a esta hora fuma en una de mis ventanas favoritas (¿o está siempre fumando, siempre ahí, no solo a esta hora?) hoy no está. Se le puede haber acabado el tabaco o las ganas de salir a la ventana. Tal vez la lluvia lo ha acobardado.

Por pensar en algo pienso en que almorzaré legumbres. Inútil lluvia que no moja a nadie. Tal vez por una vez llueva a gusto de todos: da menos pereza quedarse en casa. Ya en la oficina, una redacción vacía es una oficina, oigo ruidos de obra. Estruendo. Qué carajo de obra será que continúa y no para. Obra con taladro y sierras mecánicas. Un amigo propone una tertulia por videollamada. Participaríamos tres. Interesante. Esto es la vida social ahora. No sé si me he puesto una camisa decente como para que me vean mis dos amigos. El pelo lo tengo mojado. Se habla poco de las vocaciones de peluquero en casa que están surgiendo. Ya vendrá la época de las fotos (de los trasquilones) en las redes sociales. Escribir sana. El teclado está frío. Una vez tuve un teclado que se negaba a escribir adverbios terminados en mente. Funcionaba muy malamente ese teclado, pero ayudó a pulir mi estilo, que era algo torrencial, como esa lluvia que no para. Si usted me lee en una ciudad donde no está lloviendo ni llovió ayer haga un esfuerzo, hombre, no lo va a poner todo el cronista. Vuelvo a la calle. En la ruta de retorno: recibo una mirada de reconvención. Me dan ganas de decirle: y tú, ¡tú que haces en la puta calle! La paranoia es mal virus. Un mensajero de comida, un chico muy joven, algunos coches que parecen renqueantes. Uno es de una empresa de cobro de morosos. Joder qué tropa.

He de pensar que qué película infantil programamos hoy en casa después de comer. Suelo quedarme frito a los quince minutos. No es culpa de la película. Es el sopor vespertino de toda la vida. Tres ronquidos me permiten. Lo tengo comprobado. "Es que ya has roncado dos veces", me dicen excusando el codazo que me meten. Lo bueno del confinamiento es merendar. Merendar: una acción en desuso para mí en los últimos años. Merendar, una acción que habrá que autoprohibirse ya mismo si uno no quiere llegar al verano cual paquidermo. Cada día que el pantalón te entra sin problemas es un día ganado. Un día menos.

¿Se estarán disparando los precios de las cintas de andar, de las bicis estáticas?

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