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Desmoronamiento

Leo que ya han muerto catorce médicos italianos que luchaban contra el coronavirus, y en España ya ha habido una sanitaria muerta en Vitoria. También han muerto una cartera de Correos y un guardia civil. Por desgracia, todo indica que vendrán muchos más. Creíamos vivir en un mundo seguro y estable en el que nos creíamos con derecho a enfadarnos si alguien nos servía un café con leche sin hablarnos en la lengua que nos apetecía escuchar, pero ahora resulta que esa tramoya de cartón piedra -fundada en falsas creencias y en falsas percepciones- sobre la que habíamos edificado nuestra vida se ha venido abajo en un segundo. Ni siquiera en los tiempos de la llamada gripe española, hace un siglo, se paralizó la producción en toda Europa y en Norteamérica. Ahora parece que nos encaminamos hacia ese escenario. Si el desastre sanitario es mayúsculo, mucho peor va a ser la hecatombe económica. Ni siquiera durante el crack del 29 las cosas parecían tan negras como se nos presentan ahora.

Y lo peor de todo es que nos va a encontrar con una sociedad sin defensas, histérica, carcomida por la ideología y el resentimiento y acostumbrada a ensuciar todos los aspectos de la vida diaria en función de la manipulación propagandística más grosera. ¿Qué pasará dentro de tres meses si los hoteles y los aeropuertos siguen cerrados, las empresas han tenido que interrumpir por completo la producción y los hospitales se colapsan? ¿De dónde saldrá el dinero para pagar las nóminas y las cotizaciones de la seguridad social? Porque no convendría olvidar un dato estremecedor que todo el mundo ha procurado ocultar en todos estos años: España debe 1,18 billones de euros. Si intento marcar esa cantidad en mi calculadora, la pantalla no da abasto para incluir todas las cifras. Es decir, que somos uno de los países más endeudados de Europa. ¿De dónde saldrá el dinero? ¿Cómo podrá el Estado atender a todas sus necesidades, que cada vez serán más elevadas y más costosas, si la actividad económica de todo el país -y de casi toda Europa- está paralizada por completo? Nadie lo sabe. Y quizá sea mejor no saberlo.

Y a todo esto hay que unir los efectos que el confinamiento va a tener en todos nosotros. Es difícil convivir durante meses con tres o cuatro personas recluidas en espacios muy reducidos, sin hacer ejercicio, sin salir a la calle, sin tener más distracción que internet y el móvil. Uno de los problemas más graves que teníamos como sociedad es que se nos animaba, desde el colegio mismo, a despreciar todo lo que tuviera que ver con el aburrimiento y con el uso creativo del tiempo libre. Las clases tenían que ser divertidas, los profesores tenían que ser clowns aficionados que entretuvieran a los alumnos -y si no, eran considerados vagos y poco efectivos-, y toda la enseñanza debía estaba encaminada a convencer a los niños de que la vida era un pasatiempo ininterrumpido. ¿Cómo reaccionarán nuestros niños y nuestros adolescentes ante un confinamiento largo y tedioso y claustrofóbico? ¿Y cómo se irá tensando la convivencia a medida que las noticias sanitarias -y también las económicas- se vuelvan cada vez más negras y más pesimistas? Y todo eso, repitámoslo, en medio de un ambiente viciado por el resentimiento y los bulos malintencionados y el intento tóxico de convertirlo todo en un obsceno motivo de propaganda ideológica.

Va a ser duro. Mi madre recuerda los días en que toda su familia tenía que ir a esconderse en la cripta del Banco de Bilbao de la calle Colom de Palma porque sonaba la alarma de un bombardeo aéreo. Y luego vino la guerra y la terrible represión y las delaciones y los desfiles y el miedo y las cartillas de racionamiento y el pan negro y el "tabac de pota". Pero nosotros, las generaciones que hemos nacido a partir de los años 50 del siglo pasado, estamos acostumbrados a vivir en un mundo relativamente seguro. No tenemos capacidad de resistencia. No estamos acostumbrados a apretar los dientes esperando que las cosas mejoren algún día. Con el odio cainita bien enraizado en la sociedad -basta pensar en la cacerolada contra el rey del otro día-, da miedo pensar en cómo podemos reaccionar cuando los peores instintos -el miedo a la enfermedad y el miedo a la ruina económica- se apoderen de nosotros y nos conviertan en zombies sin apenas control racional sobre nuestros actos. Vienen malos tiempos, sí. Muy, muy malos.

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