Siempre me he sentido orgulloso de la abogacía. Pero en estos días de incertidumbre, siento auténtica admiración por quienes tienen -tenemos- encomendada, ni más ni menos, que la defensa de los derechos de las personas.

Y crece porque demuestran que esos derechos fundamentales no decaen ni siquiera en momentos de crisis y de desconcierto como los que estamos viviendo y que afectan al mundo entero. No, no decaen porque hay abogados y abogadas que, no sin riesgo, acuden donde haga falta para dar cobertura, profesional y responsable, a los servicios que se han decretado como servicios esenciales de la Administración de Justicia que, por cierto, no son pocos.

Y entre ellos, adquieren un papel protagonista los profesionales que están de guardia en el turno de oficio y los que son designados por sus clientes para asistirles en aquellas actuaciones decretadas como urgentes.

Sabía del valor de su trabajo, de su preparación, de su capacidad, de su esfuerzo y de su entrega. Pero he descubierto su valentía: porque es valiente desplazarse para que las personas detenidas y los colectivos más vulnerables, como, entre otros, los menores y las víctimas de la violencia de género, en suma, quienes más nos necesitan, no pierdan ni uno solo de sus derechos. Porque son ellas y ellos quienes hacen posible que lo más preciado de las personas, los derechos, no se pierdan detrás del maldito coronavirus.

Fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, personal sanitario, transportistas, farmacéuticos, trabajadores de los establecimientos de alimentación, personal de emergencias y protección civil, ópticos, periodistas, aquellos otros profesionales imprescindibles y, sí, también los ABOGADOS, siguen al pie del cañón por todos nosotros y, por ello, merecen nuestro profundo agradecimiento.

Gracias por protegernos. Gracias por apoyarnos. Muchas gracias.