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No molestarás

A pesar de los más de 3.000 años largos transcurridos desde que Yahvé le encargó a Moisés, en lo alto del monte Sinaí, la divulgación entre el pueblo elegido de unos mandamientos grabados en piedra por su mismísimo dedo -¡la primera impresión digital!-, ni tales elegidos, ni el resto de mortales hemos sido capaces todavía de incorporarlos a nuestros hábitos diarios más arraigados. 3.400 años, siglo arriba siglo abajo, -no hay unanimidad entre los expertos sobre la fecha exacta del evento- es un tiempo más que prudencial para empezar a sospechar que, o bien hay un exceso de mandamientos, o bien son de muy difícil cumplimiento. Lo primero se ha ido solventado con el tiempo, ya que de la veintena original de la Alianza el cristianismo los redujo a los diez actuales. Pero, ni por esas. En cuanto a su dificultad, admitamos que sólo se salva el tercero, un mandamiento devenido inalienable derecho laboral y al que los españoles, incluidos rojos, ateos y masones, nos dedicamos con especial fruición, especialmente si de pontificar un fin de semana se trata.

Exceptuando, pues, la sacrosanta y sindical santificación de fiestas, los demás mandamientos (recordemos: no fornicarás, no matarás, no robarás, no consentirás pensamientos ni deseos impuros, no dirás falsos testimonios ni€¿para qué seguir?) nunca han gozado precisamente de un seguimiento masivo. Por eso, en una época trumpetizada, refractaria a la complejidad y en la que a menudo nos sobran la mitad de los 280 caracteres disponibles para comunicarnos, quizá sería conveniente facilitar las cosas al personal y condensar el decálogo de mandamientos en uno solo: no molestarás.

Parece fuera de toda duda que si cada uno de nosotros incorporase como piedra angular de sus normas de conducta el evitar cualquier acto susceptible de molestar al prójimo, no sólo cumpliríamos de una tacada con casi todo el decálogo de mandamientos divinos, lo que no deja de tener su trascendental importancia, sino que además, descendiendo a la arena secular, podríamos llegar a construir una sociedad medianamente civilizada, que como objetivo colectivo tampoco está nada mal. Y más en una tierra en la que no suele ser prioritario preguntarnos antes de actuar si podemos molestar al vecino. La educación cívica (la urbanidad, en lenguaje del Florido Pensil) es el lubricante del engranaje social sin el cual la convivencia chirría. Y la educación, no lo olvidemos, consiste básicamente en eso, en procurar no molestar al prójimo.

Como que tengo mis dudas sobre la inclusión de esta propuesta en las ordenanzas celestiales, me conformaría con que el nuevo mandamiento único no molestarás se indicara en las entradas y salidas de todos los núcleos urbanos como una norma más de circulación. En realidad, como La norma de circulación.

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