Diario de Mallorca

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De la seducción y el cuidado

El reconocimiento del misterio del otro y la igualdad radical de los seres

En este acotado espacio voy a proponer una aproximación a la idea de seducción que no implica el uso y abuso de la vida del otro en un juego de poder, sino la participación en un intercambio en el que las dos partes son vulnerables a ser transformadas. Sí, la fantasía del poderoso y el desempoderado, el activo y el pasivo -relaciones que presento en neutro, pero que de antiguo llevan inscritas la marca de género- forma parte de la base cultural que da forma a nuestros deseos.

Los productos culturales que codifican la seducción en la representación reduccionista de un juego violento de poder no dejan de multiplicarse y encontrar su consumidor en el mercado. A menudo estos objetos muestran una versión de las relaciones entre cuerpos y entre mundos donde la relación de poder, estructurada en lo binario, se presenta sin ambigüedad, en términos absolutos. Una persona lo ejerce y la otra lo recibe. Una lo ostenta y otra accede al poder de forma indirecta cuando es "elegida" por la primera. Ya sabemos que es condición "natural" de los relatos el no poder contener la materialidad, sino referirla, abstraerla en un juego de representaciones. Pero los relatos que narran escenas de seducción suelen quedarse espectacularmente lejos de la ambigüedad que implica todo encuentro mediado por un deseo intenso hacia el misterio que supone el otro. No titubearé al decir: Todo cuerpo, sean cuales sean sus coordenadas sociales y su capital asociado, es, dependiendo del contexto, potencialmente capaz de hacer temblar los pilares de nuestra identidad, de transformar nuestras creencias y nuestros deseos. Identificar a "víctimas" en la seducción implica un rechazo al reconocimiento de esta potencia en el otro.

¿Es posible combinar algo tan "peligroso" como la seducción con nociones de respeto y cuidado de la vida? Sí, si precisamente definimos la seducción como erótica, ritual de acercamiento a la diferencia del otro, que parte de un reconocimiento de la vulnerabilidad común.

Porque en el encuentro entre mundos distintos ambas podemos ser radicalmente transformadas hemos de saber que partimos de un principio de cuidado. Que transformar no será arrasar con las estructuras de supervivencia de la otra persona, sino crecer, expandirnos hacia territorios que antes nos eran extraños y que quizás devendrán habitables, posibles tras el contacto. Propongo entonces una aproximación a la seducción que reconoce y respeta dos cosas: el misterio de la voluntad y la imaginación del otro, y la igualdad radical de los seres en cuanto que cuerpos vivos. Así quizás sea posible pensar un camino donde el deseo no aparece acompañado de metáforas de guerra, sino de baile; una danza con tensiones, desencuentros, lapsus y momentos de complicidad total, donde inevitablemente el contacto altera cualquier noción de individualidad en sus participantes. No seducir, ni ser seducido: participar en el ritual de la seducción como un modo de aprendizaje, de crecimiento.

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