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En la muerte de un sabio

En 1957, Max Von Sydow actuó en una de las películas más famosas de la historia del cine: El Séptimo Sello, de Ingmar Bergman. Interpretaba a un caballero medieval una de cuyas populares escenas parecía sacada de un verso de Gerardo Diego: "La muerte y la vida me están jugando al ajedrez". Murió el domingo pasado.

Cuando se rodó 'El Séptimo Sello', José Jiménez Lozano -el único escritor español del siglo XX que se adentró en el territorio de un misticismo de raíces jansenistas- tenía 27 años y empezaba a colaborar en El Norte de Castilla, pero lo conoceríamos después en sus columnas sobre asuntos cristianos en la revista Destino. A mitad de los 60 éramos unos críos y sólo nos quedó su nombre, junto al de Josep Pla, Miguel Delibes, Néstor Luján y algunos más (a los que se sumaría Baltasar Porcel). Aunque no supiéramos apenas nada de él -fue también el corresponsal de la revista en el concilio Vaticano II-, sí sabíamos algo de los otros, lo que le otorgaba, por la compañía, un valor superior al de la cultura oficial, esa que siempre ha existido y que en su afán narcisista o totalitario quiere pasar también por heterodoxa y acusa de oficialismo a los que no lo han sido nunca. José Jiménez Lozano murió el domingo pasado.

Hasta aquí un azar que no lo es porque Von Sydow nos introdujo a través de varias películas de Bergman en un cristianismo que incorporaba, sin abandonar la raíz común, una relación con Dios distinta -más torturada- a la del catolicismo, y Jiménez Lozano nos habló de otras heterodoxias, las del cristianismo español y sus compatriotas, bajo una clara influencia erasmista. Hablo, por tanto, de la religión en Europa cuando Europa todavía tenía conciencia de que o se reconocía en sus raíces cristianas o dejaba de ser Europa. Entre los jansenistas de Pascal y el pensamiento de Erasmo de Rotterdam estuvo la formación y el humus del escritor, que nunca lo abandonaría. Quizá todo esto les eche para atrás, pero se equivocarían, pecando de prejuiciosos y perjudicándose en su desconocimiento. A su casa en Alcazarén, pueblo de Valladolid adonde se retiró a vivir a los cincuenta años, la bautizó como Petit Port Royal. Las luminosas sombras de Spinoza, san Juan de la Cruz, santa Teresa o Simone Weil harían el resto. Con la mirada siempre puesta en la literatura -de Cervantes a Emily Dickinson o Flannery O'Connor, pasando por Montaigne-, que fue su Libro de Horas.

Si tuviera que destacar uno o dos libros por género de su vasta obra -ha escrito ensayo, novela, relatos, diarios y poesía, nunca dejó de publicar en prensa y tras años de subdirector en El Norte de Castilla, fue su director- nombraría Los cementerios civiles y la heterodoxia española y Los ojos del icono (ensayo), Los tres cuadernos rojos y Segundo Abecedario (diario), o Tantas devastaciones y Un fulgor tan breve (poesía). Y salvo Historia de un otoño (novela) que explica muy bien su admiración por el jansenismo y su alejamiento del "ruido de moscas" del mundo, no hablaría de narrativa -que es extensa- porque creo que no es lo mejor de él. Pero pienso que en los libros citados sí está el mejor espíritu y talento de este hombre de pequeña estatura física y gran estatura escrituraria (a veces, de naturaleza grafómana) y moral. Cualquiera que lo desconozca y los lea, comprobará inmediatamente la magnitud de lo que se había perdido y disfrutará de la luz que emanan y han de emanar siempre. Una luz como la de un farol tras la ventana de una casa en medio del campo una noche de invierno. El invierno de nuestra civilización.

De ese invierno, creo, surge su otro rostro, más sombrío. A partir, sobre todo, de Una estancia holandesa -larga entrevista con él-, el conservadurismo de Jiménez Lozano se hace matérico y deja caer -en lo público, que no en lo privado- uno de los sentidos esenciales del cristianismo: la esperanza. Sin ella, la realidad es oscura y más oscura aún según corran los tiempos. Es un Jiménez Lozano éste, multipremiado y cuidado por la derecha política de Castilla, que lo adoptó en esa época y él se dejó, como se han dejado adoptar por la izquierda o por el nacionalismo políticos la mayoría de nuestros escritores, aunque luego vayan de independientes y quieran estar en el entierro y repicando. Pero de entonces queda un legado inusual y de gran belleza, escondida hasta ese momento: el ciclo de exposiciones Las edades del hombre, sobre el patrimonio sacro de Castilla y León y una fundación del mismo nombre que trabaja en el rescate de ese patrimonio.

¿Un pensador conservador? No: un conservador muy culto que piensa y en el que coexisten, como algo natural, la Biblia, el Siglo de Oro, los místicos y el siglo XVIII. Y que no piensa "en político" sino en humano, dando siempre a lo humano su sentido más trascendente y luminoso desde lo pequeño, sin teatralidad ninguna. De él puede decirse que, de no haber existido, nuestro panorama literario -siempre enfocando a otros de más relumbrón- hubiera sido infinitamente más pobre. Y lo de infinito, en él, ni sobra, ni es casual.

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