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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

El coronavirus ataca a la conciliación

Los primeros cierres de colegios han puesto de manifiesto la fragilidad de nuestra estructura social, que no ha evolucionado al ritmo de la incorporación de las mujeres al mercado laboral

No de los efectos secundarios del coronavirus está consistiendo en demostrar que llevamos décadas viviendo de prestado en un sistema que ya no sirve a la mayor parte de la ciudadanía. Qué mujer no ha soñado siempre con levantarse un lunes por la mañana todavía con los símbolos violetas pintados en la cara y con la resaca del 8M para encontrarse con la noticia de que los colegios cierran quince días por la pandemia. "Pero, consejera, ¿y qué van a hacer las familias?", preguntaban en la radio a la responsable sanitaria del País Vasco, que acababa de decretar el cerrojazo en los centros educativos de Vitoria, una decisión que luego adoptaron Madrid y La Rioja. "Comprenderá que esta es una situación muy delicada en la que hay que tomar medidas complejas", fue la respuesta mitad airada, mitad hastiada y nada clarificadora de la política. O sea, que a buscarse la vida. Hace medio siglo, una restricción de este tipo no habría causado apenas quebranto social en nuestro país. Los padres se irían al trabajo y las madres se quedarían con los niños en casa. Con ambos progenitores formando parte ahora de la población activa hay que recurrir a los abuelos, el principal colectivo de riesgo, a vecinos misericordiosos o pagar canguros para evitar el absentismo. Fascinante. Pagar para que no te despidan, porque ninguna norma recoge la eventualidad de que, por orden superior y en beneficio de la comunidad, el Estado te devuelva a los hijos el rato que se hace responsable de ellos. Además de colegios se están cerrando parlamentos, cancelando comisiones y atrasando plenos; nuestros próceres pueden irse a su domicilio a cuidar de la parentela sin problemas. Su situación no es ni tan delicada ni tan comprometida como la del resto de los mortales, tal vez por eso nunca habían caído en la cuenta de que podíamos vernos como nos vemos.

La opción del teletrabajo, un alivio cierto para salir del atolladero, depende de la buena voluntad de las empresas porque tiene un coste, y no sirve en todas las ocupaciones. Es más, no resulta viable para la inmensa mayoría de los puestos de trabajo presenciales y peor retribuidos. Lejos de la imagen idílica que a menudo se proyecta de él, puede resultar una verdadera cruz si se desempeña de forma súbita en un piso pequeño y mal equipado, con los niños dando vueltas alrededor del cable del ordenador, aburridos y preguntando cada cinco minutos si has terminado y juegas al parchís. En su comparecencia para desgranar las acciones inmediatas que el Gobierno tomará para paliar los efectos del coronavirus, el presidente Pedro Sánchez prometió ayudas para las familias afectadas por los cierres de los colegios, pero no detalló cómo serán. Imagino que debe resultar complicado desenredar la madeja de la conciliación en una reunión de urgencia, mientras la economía tiembla, las personas enferman y la sanidad pública afronta un desafío mayúsculo. Pero en algún momento deberán plantearse el reto, por ejemplo recogiendo en una ley la baja laboral por cuidados para al menos uno de los progenitores en casos de crisis como la que estamos viviendo. "Vienen semanas difíciles", dijo Sánchez. Y tanto. Que no se les olviden cuando regrese la normalidad, porque el sistema no se cura de sus peores deficiencias con parches.

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