El pasado 8 de marzo se ha celebrado el Día de la Mujer. El tema central ha sido la reivindicación de la igualdad de derechos entre los géneros. La lucha contra la discriminación sexual, en tanto que trata las relaciones entre los sexos, supone una oportunidad de abordar otros aspectos de las vicisitudes de la sexualidad.

El pasado año, Capitán Swing una editorial española pequeña e independiente, especializada en ensayos sobre psiquiatría, psicología y filosofía, publicó Todo el mundo miente escrito por Seth Stephens-Davidowitz.

El autor, un norteamericano experto en internet, colaborador de The New York Times es autor de varias publicaciones e investigaciones. Se trata de un joven genio de los movimientos de búsqueda en internet, fue investigador interno de Google.

Tras las espectaculares campañas políticas que para bien o para mal, han catapultado a personajes como Trump o Johnson, nadie duda que no hay mejor lugar para conocer los intereses y preocupaciones de la población que las búsquedas de Google.

Cuando nos preocupa algo tan banal como quitar una mancha o el detalle de una receta acudimos a Google, pero para una angustia existencial, también.

Los potenciales suicidas buscan en internet como morir, tanto como los terroristas como matar. Los insomnes, técnicas para dormir y los que tienen pánico a una entrevista de trabajo encuentran tutoriales con las claves del éxito.

Conocedor como pocos de los flujos de búsquedas, Davidowitz cruzó datos entre las respuestas de la gente a las encuestas sobre la evolución de la sexualidad en sus matrimonios y lo que revelan las búsquedas en Google, descubriendo una significativa contradicción. De ahí el título de su libro, Todo el mundo miente.

Según su investigación las búsquedas sobre el tema de matrimonio sin sexo supera abrumadoramente otras inquietudes respecto a la vida en pareja.

Estas conclusiones, apoyadas en la capacidad de Google de inmiscuirse hasta lo más profundo de las inquietudes de la población, no son sin embargo novedosas. La idea de que el paso de los años apaga la pasión en quienes comparten la vida "hasta que la muerte los separe" es un lugar común.

Muchos autores destacan que este fenómeno choca con un afloramiento exponencial de la sexualidad en las comunicaciones.

La publicidad de los adminículos eróticos ya tiene tanta presencia en los medios como la de cualquier electrodoméstico. El sexo explícito en el cine, como comenté en la nota anterior, hace que solo el tener argumento lo distinga de la pornografía y la educación sexual ya forma parte de la escolaridad como las tablas de multiplicar. Como ejemplo, en el dominical de El País, aparece una nota titulada Ultimas noticias sobre el clítoris.

Para la psicología esta disparidad entre la hipersexualización en el discurso social y la persistencia de la desexualización de una mayoría de matrimonios se debe a un fenómeno llamado reificación. Es una palabra de raíces latinas que significa "cosificar", lo que en las ciencias humanas se utiliza cuando se trata a seres humanos como si de objetos pasivos e inertes se tratase. La esclavitud se sostuvo gracias a que los esclavos eran cosificados en el imaginario de la época. Cuando se denuncia la transformación de la mujer en objeto es para rechazar su cosificación, pero la cosificación puede producirse en cualquier vínculo y ser ejercida por cualquier género. La esencia de la reificación es la negación de la subjetividad del otro.

Desde esta perspectiva el abordaje psicológico de la evolución de la sexualidad en la pareja la desvincula de toda variable que no sea el reconocimiento de la subjetividad, entendida como el estado opuesto a la cosificación. Cuando este reconocimiento es recíproco los psicólogos lo llamamos intersubjetividad.

Esto es importante para entender que ni el haber sacado la sexualidad de la oscuridad, ni la proliferación de sofisticados adminículos de estimulación sexual con tecnología de última generación, ni la información sobre la anatomía y fisiología de la sexualidad, ni los fármacos que, aseguran la capacidad eréctil masculina, ni siquiera la evaporación del pudor ante la desnudez y el contacto físico de compartir el lecho, garantizan la supervivencia del deseo. Nada de todo lo descripto es malo, pero no es esencial ni suficiente. En cambio sí lo son la empatía, la confianza, la amistad, el humor y la ternura conviviendo con el sentimiento de transgresión y lujuria.

Hay al menos dos explicaciones sobre los obstáculos para el mantenimiento de ese estado de empatía y deseo en la pareja.

La primera ya aparece en los orígenes del psicoanálisis.

Entre los años 1910 y 1912 Freud publicó un tratado llamado Contribuciones a la psicología del amor en el que hay dos capítulos que representan un extraordinario aporte para entender el fenómeno de la declinación de la pasión en las parejas estables. El primero se titula Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre y el segundo Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa.

Aunque la brevedad de esta nota impide exponer la riqueza y profundidad de las investigaciones sobre la vida amorosa, al menos, y al precio de un esquematismo, puede afirmarse que según los estudios de psicología evolutiva el aprendizaje que tiene que hacer el niño para diferenciar el amor tierno y el amor erótico en el amor a sus padres es una de las causas principales de la imposibilidad de mantener la fusión de todos los ingredientes del amor.

La otra causa es sociológica. Sucede que las necesidades que en nuestra cultura han de ser gestionadas por el matrimonio conducen a que fácilmente cada miembro vea al otro como un componente necesario para el funcionamiento del proyecto familiar. Esta situación puede ser estable e incluso amable, pero la chispa del deseo es otra cosa, como lo demuestra la abrumadora mayoría de búsquedas sobre "matrimonio sin sexo" en Google.

Desmintiendo el prejuicio de la rubia tonta, la talentosa actriz Sharon Stone, uno de los iconos eróticos del cine, pronunció una frase de aguda ironía sobre la presencia de las mentiras en la vida de pareja: "Las mujeres son capaces de fingir un orgasmo, pero los hombres pueden fingir una relación entera".