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El lápiz de la luna

Hijos de nuestros padres y dueños de nosotros mismos

De un tiempo a esta parte tanto mis colegas de profesión como yo hemos asistido, con cierto asombro y desconcierto, a los cambios en la forma de ver la vida -y de vivirla- de los adolescentes. En nuestras charlas reflexionamos acerca del daño que han hecho el reguetón, algunas series de Netflix, la sobreprotección paterna, la falta de límites y, a su vez, de consecuencias ante sus actos y el fracaso del sistema educativo, al que le hacen falta asignaturas que den respuesta al hambre de estas nuevas generaciones que vienen con un sistema operativo incompatible con la educación que se ha impartido hasta ahora. Obviamente tienen que aprender Lengua, Física y Química, Inglés, pero ¿y sexualidad? Tenemos en nuestro haber una herramienta muy potente para dar solución a muchas de sus inquietudes y se llama educación. Y es mucho más que cumplir con un currículo de un área u otra. Toda esta retahíla viene a cuento de la nueva ley del Gobierno donde establecen que la edad mínima a la que una joven puede abortar sin consentimiento paterno es a los dieciséis años (?). Sí, hubo en mí un silencio interior que me invitó a la reflexión durante algunos días. He de reconocer que a priori me escandalicé con la medida -y tampoco es que a día de hoy esté cien por cien de acuerdo- pero la realidad es que según los últimos datos publicados por el Ministerio de Sanidad, en 2018 se produjeron 310 abortos entre menores de 15 años y 9.518 entre las jóvenes de 15 a 19 años. Los números no mienten.

Nos puede gustar más o menos pero nuestras hijas e hijos mantienen relaciones sexuales y es lícito, por más que queramos aferrarnos a su efímera infancia. El problema no está en que disfruten, a una edad adecuada y con parejas de su edad o cercanas a ella, de la sexualidad. El problema está en que no hay una consciencia de los riesgos que conlleva no usar precauciones. Quizá si una joven -y un joven- supiese lo que significa un aborto -que no se gesta solo en el cuerpo sino también en la mente- tendría más cuidado. Hablar de sexualidad en casa o en los institutos debería dejar de ser un tabú en una sociedad donde la edad media a la que se inician las relaciones sexuales es a los doce años y en la que el índice de adolescentes afectadas por el virus del papiloma humano (VPH) ha aumentado en los dos últimos años. Debería dejar de ser tabú porque el hecho de obviar un tema no lo elimina. Solo conduce al miedo y a la toma de decisiones erróneas. Creo que una joven de dieciséis años tiene la madurez suficiente para decidir si seguir adelante o no con un embarazo no deseado y que la visión de sus padres ante el aborto no debería ser la que condicionase su futuro. Porque los hijos son fruto de los padres y forman parte de un Estado, pero no olvidemos que son dueños de sí mismos como cada uno de nosotros.

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