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Pilar Ruiz Costa

El regalo del sábado

Tengo que confesar que, para mí, que se haga clic en un nombre del móvil y suene su voz, aunque sea en la otra punta del planeta, me parece razonable. Lo que me hacía echar humo por la cabeza era cuando el teléfono iba sujeto a un cable. ¿Cómo? ¿Cómo viajaba la voz por aquel cable desde la pared, por postes de la luz (o de lo que fueran), para llegar a Argentina con solo unos segundos de retardo? Que gritabas: "¿Y vosotros qué tal por ahí?". Y esperabas 7, 8, 9€ y llegaba un ronco: "Pues nosotros bien. ¿Y vosotros?". Y con susto en la factura a final de mes, pero hablabas. Así funciona esta disfuncional cabeza mía: los satélites los entiendo; los cables, no.

Pues el equivalente a cable lo he tenido hoy con el almanaque. Me da por leer sobre los bisiestos; ya sabe el lector: cosas de Julio César y del papa Gregorio y su intento de corregir el desfase de esas 5 horas, 48 minutos y 45 segundos entre lo que llamamos "año" y que en realidad es "año calendario" y el "año trópico"; el que de verdad calcula la traslación del planeta. Pero claro, como por aquello de que los días tienen 24 horas clavadas, aún tras los bisiestos nos quedan por recolocar 11,25 minutos por año y eso se compensa, cual operación bikini, a base de lechuga tras las navidades, en que cada 100 años no tenemos bisiesto, salvo que el año sea divisible por 400. ¡Y se queda tan ancho el tal Gregorio! Humo. No blanco, qué va, pero echo humo, tratando de dilucidar esos porqués ¡al segundo! ¡En cuatricentenarios! Y sobre todo, qué mal debía estar la programación del circo romano para que se entretuvieran en cosas así.

Porque, más que 'de letras', lo que me he descubierto es "súperhappy". Es la conclusión que extraigo tras tratar de inocular cultura y, sobre todo, entusiasmo a mi hijo cuando le suelto un: "Qué suerte que este año es bisiesto y encima cae en sábado". Y como el joven, con desinterés, apenas levanta la vista de su cómic de manga, le explico la magnitud de mi exposición: "¡La vida nos regala un sábado!". Entonces, el hombre, fan de Bong Joon-ho, que me hizo ver Parásitos, no cuando arrasa en los Oscars, ¡sino cuando se estrenó! Aún leyendo un cómic de derecha a izquierda, va y me dice que es en realidad una terrible noticia y que le toca trabajar un día más por el mismo sueldo. Reconozco que me quedo con cara de gol a la escuadra y ahí empezamos una discusión como antaño debieron tener Julio César y el tal Gregorio, sobre si un bisiesto es mejor o peor. Yo extendiendo sobre la mesa mis argumentos, que este año en particular, protagonizan sábados (soy muy fan de los sábados y el que el lector se encuentre leyendo estas líneas es solo un motivo relativamente nuevo), y repito "sábado", "sábado" como algunos políticos repiten "Venezuela". Pero llevo en la cartera otra propuesta argumental y es que gracias al día extra, nos calzamos unos findes larguísimos: 1 de mayo es lunes; Navidad y Año Nuevo caen en viernes. E insisto en otro que es válido para cualquier año: "Caramba, ¡un día caído de la nada es un regalo!". Y él, erre que erre, que los días son los que son, los festivos son los que son, y no habrá empresa que conceda 31 días en lugar de treinta de vacaciones, así que un bisiesto es un marrón para los que están en nómina. Ahí no me queda más que darle la razón y cruzar los dedos (ahora que ya no soy empresaria), para que algún día sea ministro de trabajo. Ya lo veo sonriendo en carteles en las rotondas: "Mereces un bisiesto en tus vacaciones, no en tu jornada".

Este espejo de mi alma, carne de mi carne, me sirve para recordar que, ciencias mediante, hay cosas que no son como son, sino como uno las mira. Él me habla desde las matemáticas y yo ¡pobre de mí! Pienso en sábados. Un cuento hablaba de un anciano tranquilamente sentado a la puerta de su casa cuando un desconocido se le acerca y le dice: "Estoy pensando en mudarme a este pueblo con mi familia, pero antes quería saber ¿qué tal es la gente del lugar?". El anciano, sin inmutarse, le contesta: "Pues no sabría decirle, ¿qué tal es la gente del pueblo en el que vive ahora?", "¡Terrible! Por eso nos vamos. Los que viven allí son envidiosos y embusteros". Aún sin levantar la vista, el anciano responde: "Pues es exactamente la gente que encontrará aquí". Y el hombre, agradecido, marcha rápidamente a preguntar al pueblo siguiente. Mira tú qué sábado más raro, en nada aparece otro hombre a interrumpir el ocio del anciano: "Disculpe, señor, pero estoy pensando en mudarme a este pueblo con mi familia y antes quería saber ¿qué tal es la gente del lugar?". El anciano, sin inmutarse, cual si estuviera leyendo un cómic de manga le contesta: "Pues no sabría decirle, ¿qué tal es la gente del pueblo en el que vive ahora?". "¡Maravillosa! Son todos buenos vecinos, se cuidan los unos a los otros, siempre dispuestos a ayudar". Sin pestañear siquiera, el anciano responde: "Pues es exactamente la gente que encontrará en este lugar".

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