Diario de Mallorca

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'Manners before Morals'

Se atribuye la frase que dice que la primera víctima cuando llega una guerra es la verdad al senador estadounidense Hiram Johnson. Tal parece que en esa otra forma de guerrear que es la política nacional también causa baja en nuestros lares la corrección en el lenguaje, y es que los que ya peinamos canas o, lo que es peor, peinamos cada vez menos, vivimos en un estado de constante confusión, ya no solo política, que también, sino lingüística.

Aún así debe admitirse el que ciertas utilizaciones del lenguaje facilitan la vida a los ciudadanos de a pie. Uno, cuando llegan las épocas de duda preelectoral, ya lo tiene más fácil, no votando a un determinado partido porque su etiquetado tal solo se refiere a la chicas o las señoras, y claro uno, revisado lo que tenía que revisar, no fuera a estar confundido, y comprobaba que no formaba parte de ese “nosotras” sino que seguía formando parte del inclusivo “nosotros” pues votaba, en consecuencia, a los elegibles que abarcaban en su oferta a ciudadanos de ambos géneros. Ya no era necesario ir más allá, no hacía falta evaluar las posibles repercusiones en eso del marketing del voto electoral, la propia formación política ya discriminaba y mantenía que su oferta iba destinada solo a las “nosotras”, lo cual es de agradecer. Y eso es así por cuanto cuando uno utiliza el inclusivo “nosotros” incluye, valga la redundancia, en él a los niños y a las niñas pero cuando se utiliza el femenino plural no, pues de tal manera lo indica y prescribe nuestra gramática.

A ver si llegamos a un consenso de comprensión, cuando alguien habla de los alumnos de una universidad estoy casi seguro que ninguno de ustedes amables lectores crea en su mente la imagen solamente de universitarios de, es un decir, pelo en pecho y voz grave, ¿a qué no?; pero si se manifestara que las alumnas de tal o cual colegio se niegan a llevar uniforme, nadie se platearía la posibilidad de que la referencia incluye también a los alumnos, el lenguaje tiene la mala costumbre de crear imágenes. Y es que lo que discrimina es el nosotras cuando quiere incluir, sin conseguirlo, a los dos géneros y no el nosotros que sigue aludiendo a todo quisqui.

Se me antoja, que la corrección en el lenguaje no debiera decaer a favor de la conveniencia política, las ideologías no tienen, no debieran tener, patente de corso en el atropello del lenguaje con el que intentan hacerse patentes. En el otrora socio europeo Reino Unido, eruditos de la lengua aparte, entre los que debe incluirse a los siempre templados actores británicos, los que mejor utilizan el lenguaje han sido siempre los políticos y los periodistas. De los políticos actuales de nuestro jardín uno ya espera poco, no puedo negarlo, pero en cuanto a los gacetilleros sigo esperanzado de que alguno de los avispados entrevistadores patrios cuando acuda al seno de su programa éste o aquel integrante, vaya aquí no cabe lo de “integranta”, del colectivo del “nosotras” se dirija al entrevistado con el definitorio “señora” utilizando en toda referencia al “señora entrevistada” el femenino por cuanto si en el seno de su formación política se permite vulnerar la norma gramatical al uso, deberá ser respetada en la misma medida la libertad del entrevistador en la conculcación de la norma gramatical que destina el “señora” tan solo a las entrevistadas de género femenino, ¿o no?

Pero ya no es solo la gramática la que sufre la varicela de lo políticamente conveniente para “alguienes” también la etimología se ve asaltada por términos inventados sin rubor; no hace muchas fechas escuché a una miembro del gobierno (o quizá fuera “miembra”) pronunciar el vocablo “racializado” que por su forma pareciera el participio pasado del verbo “racializar”. Uno, que sigue manteniendo el vicio de acudir al diccionario ante la duda provocada por una palabra desconocida, se ve sorprendido en su búsqueda al no hallar en aquel texto el dicho verbo “racializar”. En el idioma español no existe. A mí ese “racializar”, que quiere que les diga, me recuerda mucho al “arianizar” (arisieren) utilizado por algunos no ha mucho en la Europa central con intenciones nada recomendables.

Y es que está visto que el lenguaje no es ya el lugar de la democracia sino el espacio donde se ejercita y se ejerce el poder. Las palabras no son mías sino del filósofo francés Roland Barthes, pero perfectamente aplicables a nuestro momento. El uso y abuso del lenguaje tampoco es invento de ésta nueva modernidad palabrera, otros muchos antes que ellos han recurrido a la transgresión lingüística para arrimar la sardina a su propia conveniencia. George Steiner, Paul Celan, Viktor Klemperer o Walter Benjamin, describieron acertadamente ese fenómeno presenciado y sufrido en sus propias vidas de forma dramática.

Estamos llegando, en ese campo, a niveles de tontería nada despreciables, donde la pedantería ya no es el presumir de forma desmedida de lo que uno sabe o dice saber o conocer sino que ahora se trata de hacer patente las deficiencias, queridas o sobrevenidas, de su conocimiento. Va a terminar teniendo razón Guillermo Cabrera Infante cuando amonestaba que el español es demasiado importante para dejarlo en manos de los españoles.

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