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Mar Ferragut

Sin mascarillas antisoledad

Tenía que pasar. El coronavirus ya tiene cuenta de Twitter, con más de 420.000 seguidores. Y detrás de este perfil han venido las cuentas de Gripe Común (con quien mantiene un simpático duelo tuitero, como el de las versiones 2.0 de Góngora y Quevedo); de Mascarilla; de Gorronea... Quien no tiene cuenta ni parece que vaya a tenerla nunca es la Soledad. Qué bajón de repente, ¿eh, amigo lector? La soledad. Ni cuenta parodia, ni mascarillas contra ella, ni ganas de hablar sobre ella. Estas semanas hemos conocido en este diario la historia de Dolores, una vecina de Palma de 94 años que está enferma y vive en unas condiciones indignas e insalubres. Y sola. No tiene familia y vive sola. Antes pasaba horas sentada frente a la entrada de su casa y todos en el barrio la tenían vista. Hasta que se cayó. Desde entonces no puede moverse y permanece todo el día en la cama. Sus vecinos son los que han dado la voz de alarma sobre su situación y, tras salir su historia publicada en este periódico, el ayuntamiento de Palma se ha puesto en marcha para buscarle una solución urgente.

No tiene cuenta de Twitter, pero la auténtica epidemia es y será la soledad ¿Y qué, si tenemos Spotify y Netflix y podemos pedir comida o cualquier otra cosa por Glovo, mantener contactos sexuales esporádicos gracias a Tinder (o al Satisfyer) y hablar con Alexa o con cualquier desconocido de cualquier parte del mundo? No seré yo, que me puedo poner violenta si no consigo un tiempo para mí, quien despotrique contra el aislamiento buscado. Pero aunque a veces la gente dé pereza (gente, no te ofendas) la relación y el contacto es necesario, aunque sea por prescripción médica.

Hay puntos en los que la comunidad científica no se acaba de poner de acuerdo, pero sí hay tres consejos que todo médico secunda: haga ejercicio, no fume, vigile su dieta. Y hay una cuarta recomendación que, ante el acelerado envejecimiento de la población, cobra cada vez más importancia: relaciónese con gente. Nicolás Flaquer, geriatra y director médico del hospital Sant Joan de Dèu, advierte muy seriamente sobre la soledad como gran factor de riesgo para las personas mayores. No es solo que la socialización ralentice el deteriorio cognitivo, es que la soledad es, según sus palabras, un "comprobado productor de patologías". Puede derivar en depresión, implicar una peor nutrición, incrementar el riesgo de caída y agravar sus consecuencias, además de complicar la detección temprana de enfermedades: si no hay nadie cerca, ¿quién se va a enterar si empiezo a mostrar síntomas de demencia? ¿Quién me va a avisar de que me he olvidado de comer? ¿Quién dará la alerta si me descuido y no apago el gas?

Cada vez va a haber más personas mayores en los hogares de Mallorca. Y cada vez más van a vivir solas, como Dolores. Hay recursos públicos y entidades sociales, como Cruz Roja, que ofrecen distintos servicios (como el de telellamada, los programas de acompañamiento o de comida a domicilio) para atender a estas personas, pero alguien tiene que dar la voz de alerta para que estos mecanismos se activen. Alguien tiene que darse cuenta de que Dolores (o Mari Carmen, o Paco, o Joan) ya no pasa las mañanas sentada frente a su entrada y preguntarse dónde está. E ir a comprobar que está bien y si necesita algo. Puede sonar lo más antirrevolucionario del mundo, pero la tentación de la relación telemática y de sustituir a las personas por apps no puede matar la idea de tribu, de comunidad, de red. Aunque la implicación emocional suponga desgaste, aunque a veces intentemos escondernos en nuestra coraza para evitar el sufrimiento ajeno, aunque me acaben de enviar un meme por WhatsApp. Alguien tiene que darse cuenta de que Dolores ya no sale a la calle. Nadie quiere ser ese alguien, todos somos ese alguien. Y puede que algún día seamos Dolores. O Mari Carmen, o Paco, o Joan.

No tengo afán de catequista ni de calendario con frases aleccionadoras, así que aquí me quedo. Para consejos ya están los médicos: no fume, haga ejercicio, vigile su dieta, relaciónese. Bonus track: lávese bien las manos. Y olvide las mascarillas. No sirven ni contra el coronavirus ni contra la soledad.

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