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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Exaltar la dictadura de Franco y Blasfemar no es delito

El PSOE se ha contagiado de la querencia de la derecha por acotar la libertad de expresión: declararse a favor del franquismo no es delito, como no lo debiera ser proferir improperios contra Dios

Al histrión Toledo lo han juzgado por cagarse en Dios y la Virgen del Pilar; es decir, por blasfemar. La denuncia de la Asociación de Abogados Cristianos, letrados ociosos vinculados a Vox y a la extrema derecha nacional católica, ha sido asumida por un juez, considerando que debía sentarlo en el banquillo de los acusados. Por una vez la Fiscalía pide la absolución. No ve delito. La Judicatura española está, en apreciable proporción, nutrida de profesionales que comulgan, nunca mejor dicho, con esa tendencia. Cuando debía hacerse no fue roto el nexo de unión con los tiempos de la dictadura. Así nos va. Padece la libertad de expresión, que es conculcada por un Código Penal que pone las cosas fáciles a quienes desean que vuelva a imperar la mordaza. Y hete aquí que el PSOE ha decidido sumarse a tan nefasta tendencia proponiendo que sea delito la apología del franquismo. Ha sido su portavoz en el Congreso de los Diputados, Adriana Lastra, quien ha hecho pública la intención de los socialistas. Esperemos que alguien con un poco de sentido común o de deseo de preservar la libertad frene en seco la insensatez.

La reforma del Código Penal es imprescindible. No para incorporar el inexistente delito de apología del franquismo o de cualquier dictadura, sino para lo opuesto: desterrar la posibilidad de que unos jueces meapilas, nostálgicos de tiempos pasados, puedan juzgar a quien se caga en Dios y en la Virgen; en el lado contrario, para quienes las bondades del general Franco e incluso a los que niegan el más abyecto crimen del siglo XX: el Holocausto de seis millones de judíos y casi medio millón de gitanos perpetrado por el nazismo, como algunos en Vox pretenden. También a los que justifican lo injustificable: los asesinatos de ETA. La palabra no delinque, aunque nos rompa el alma lo que el otro pueda decir.

Ahí radica la clave de la libertad de expresión: aguantar las barbaridades que cualquier descerebrado profiera, porque al hacerlo estamos defendiendo nuestra propia libertad de expresar lo que consideramos oportuno. Que el Tribunal Supremo condene al autodenominado rapero Valtonyc por lo que supuestamente canta fue una pésima noticia. Agradable para Vox, que fue quien hizo la denuncia, concretamente ese protofascista que es Jorge Campos, conmilitón de otro deslenguado llamado Javier Ortega Smith, a quien asiste el derecho a eructar concatenadas sandeces capaces de ofender la sensibilidad de muchos.

Una y otra vez será necesario referirse a la tan justamente denostada por múltiples razones democracia de Estados Unidos, que en cuanto a libertad de expresión puede ofrecer lecciones al entero planeta: la primera enmienda de su Constitución la consagra inapelablemente. Allí la defienden los jueces. La practican la ciudadanía y los medios de comunicación.Ni el presidente Trump ha podido socavarla. La primera enmienda le confiere un blindaje impenetrable. Lo proclamó hace más de dos siglos su tercer presidente, Thomas Jefferson, quien dijo aquello de preferir una nación con prensa libre y sin gobierno que lo contrario. En España, cuatro décadas después de proclamada la Constitución, desandamos caminos ya hechos, demasiados se empeñan en cercenar la libertad esencial, básica de la democracia liberal, que es la única que legítimamente reclama el título de democrática: la que protege a toda costa el derecho a usar libremente la palabra sin cortapisas. Eso, no otra cosa, es ejercer la libertad de expresión en plenitud. Conviene entenderlo, porque los tiempos que corren no son propicios para su permanencia.

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