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JOrge Dezcallar

Tergiversa, que algo queda

Hace unas semanas tuvo lugar en Bolivia un confuso incidente cuando unos diplomáticos españoles visitaron la embajada de México donde están refugiados varios partidarios del expresidente Evo Morales, depuesto por un extraño golpe de Estado tras haber él mismo violado la Constitución. Los bolivianos sospechan que los españoles querían ayudarles a escapar y los españoles lo niegan y afirman que se trataba de una mera "visita de cortesía" de la Encargada de Negocios... a las 8 de la mañana y acompañada por el cónsul y varios GEO. Pelín raro. Al final el incidente se ha saldado con expulsiones de diplomáticos mientras el expresidente Jorge 'Tuto' Morales, que de indígena no tiene nada, se despachaba hablando de neocolonialismo, de Pizarro y de una Conquista que tuvo lugar hace 500 años y que en todo caso fue obra de sus antepasados y no de los míos. Y lo mismo cabe decirle al presidente de México, López Obrador, cuando exige que España pida perdón por las atrocidades de Hernán Cortés, que sin duda las cometió, pero lo hace sin mirar la intolerable marginación y pobreza de los indígenas durante los doscientos que han pasado desde el Grito de Dolores.

Todos los países con historia han cometido errores, barbaridades y heroicidades que no se pueden juzgar con criterios actuales sin desfigurarlos totalmente. En enero hubo en Granada una bronca entre los que festejaban la conmemoración de la toma de la ciudad por los Reyes Católicos y los que se oponían por considerarla "fascista", según indicaban en una pancarta que me parece una solemne estupidez porque trivializa el fascismo. No se si preferirían que Granada fuera hoy musulmana o un reino independiente regido por la dinastía Nazarí, o si es que se oponían a las Capitulaciones de Santa Fe luego incumplidas con la expulsión de los moriscos por Felipe III, un drama personal y nacional como fue también la anterior expulsión de los judíos. O quizás los manifestantes no querían más festejos, aunque tratándose de andaluces eso cuesta más creerlo.

No se pueden juzgar hechos antiguos con la mentalidad actual porque induce a error y además es injusto con sus protagonistas. Como ese museo norteamericano que se plantea su relación con Gauguin porque al parecer tuvo sexo con indígenas tahitianas menores de edad y porque además llamaba "salvajes" a los nativos. Gauguin no es peor pintor por ello y no saldría de su asombro si hoy lo oyera, como tampoco un romano comprendería que le dijeran que la esclavitud o la pederastia están mal. Porque aunque todo eso es condenable, no lo veían así en su época. La historia es como es, con sus luces y sus sombras, no como nos gustaría que fuera, y no es honesto adulterarla para hacerla coincidir con la corrección política actual o con nuestras conveniencias, como hacen algunos con los sucesos del 11 de septiembre de 1714, cuando los barceloneses no luchaban por la independencia sino a favor del candidato austríaco al trono de España en la Guerra de Sucesión, y ya se sabe que cuando se apuesta se puede ganar o perder y aquí se acabó ganando porque con la derrota llegaron los Decretos de Nueva Planta que modernizaron y enriquecieron a Cataluña. Lo dicen Vicens Vives y Stanley Payne. Siempre me ha parecido curiosa pero no inocente está fijación de muchos catalanes con el siglo XVIII, olvidando el XIX, y quizás la respuesta la tenga Pérez Galdós en sus Episodios nacionales.

Otros que quieren ajustar cuentas con el pasado desde el presente son algunos indígenas norteamericanos. En el sureste de los Estados Unidos ya no queda ninguno porque los semínolas de Florida fueron exterminados por el presidente Andrew Jackson, a pesar de lo cual su efigie aparece hoy en los billetes de 20 dólares. Tampoco quedan nativos en New England porque los idealizados Pilgrim Fathers acabaron con ellos y luego sus descendientes encargaron a la factoría Disney disimular el hecho con la edulcorada historia de Pocahontas. Donde sí quedaron indígenas es en Texas, Nuevo México, Arizona, Nevada, California... es decir, en las tierras que formaron parte del imperio español. Y ahora esos indígenas apaches, pueblos, ácomas, etc., derriban o mutilan las estatuas de gentes como Juan de Oñate, fundador de Santa Fe, o de Junípero Serra, colonizador de California y gracias al cual y al gobernador catalán Gaspar de Portolá los Estados Unidos tienen hoy una costa sobre el Océano Pacífico. Entre ambos impidieron que los rusos que bajaban desde Alaska se establecieran en San Francisco, algo que hizo que el zar Pedro III nos declarara la guerra. En todo caso, bienvenidas sean esas protestas aunque sólo sea porque sigue habiendo indígenas para hacerlas, mientras la estatua del fraile mallorquín recibe en la rotonda del Capitolio de Washington el diario homenaje de una nación justamente agradecida.

Lo que conviene evitar es la estupidez, como ocurrió en un pueblo andaluz donde quitaron el nombre a una "Avenida de los Descubrimientos" porque decían que con ellos llegó el maltrato de los indios. Y lo cambiaron por "Avenida del Imperio Romano". Seguramente aquellos concejales ignoraban que los romanos esclavizaron a los íberos, que son sus antepasados directos, y que se llevaron cuanto pudieron de Hispania.

No es inteligente engañarse a uno mismo. T. S. Elliot acuñó el término "provincianismo temporal" para referirse a aquellos para quienes "el mundo es propiedad sólo de los vivos, una propiedad en la que los muertos no tienen parte". Quizás ése sea el problema, demasiados catetos... con objetivos espurios.

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