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José Pons

Reino Unido, KO

Consumado el disparate del brexit, no tengo ninguna duda de que lo ocurrido hasta llegar al 31 de enero será estudiado en el futuro en las facultades de ciencias políticas como ejemplo de lo que no hay que hacer y el exprimer ministro David Cameron pasará a la historia como un insensato torpe e ineficaz. Al día siguiente del fatal referéndum del 26 de junio, me tocaba asistir como embajador en Malta a un seminario sobre Europa. El líder de la oposición maltesa, el valiente Simon Busuttil, dijo muy enfáticamente "no se puede estar cuarenta años culpando a Bruselas de los males del país y pretender en quince días de campaña convencer a la gente de todo lo contrario". Tenía razón.

Dicho esto, el Reino Unido siempre se ha sentido cómodo en la UE en los temas económicos y comerciales y tremendamente incómodo en el debate monetario y político. Nunca ha creído en el proyecto político. En la última fase de las negociaciones para el ingreso de España en la entonces Comunidad Europea, Margaret Thatcher le dijo a Felipe González: "No se empeñe en negociarlo todo antes de entrar. Lo importante es entrar, sentarse a la mesa de las decisiones, poniendo el cartel de "España" delante de usted y luego podrá renegociar y cambiar todo". Fue la estrategia del Reino Unido con la famosa petición "I want my money back" (quiero que me devuelvan mi dinero). Y vaya lo bien que le salió.

Cuando Winston Churchill en su famoso discurso de la universidad de Zurich en 1947 pidió la creación de unos Estados Unidos de Europa no estaba incluyendo al Reino Unido. Estaba pidiendo que la Europa continental se uniese para crear un gran sujeto político, aliado, para hacer el contrapunto de los Estados Unidos de América y para evitar nuevas y terribles guerras como la que había terminado recientemente. El Reino Unido que nunca ha tenido amigos ni enemigos permanentes en su política exterior sino intereses permanentes (Lord Palmerston dixit) despreció el nacimiento de la CEE en 1957 y cuando quiso rectificar en 1961 se encontró con el veto del general De Gaulle. Con muchas reticencias acabó entrando en 1973.

Cabe preguntarse si en vez de haber ingresado como miembro de pleno derecho no debería haber negociado un estatuto de asociación para beneficiarse de las ventajas del mercado común y esquivar los inconvenientes de un proyecto con vocación de unidad política. Por supuesto que su robusta e importante economía ha aportado mucho a todos los países miembros, pero también ha participado del viaje europeo intentando poner el freno de mano a todos los avances significativos de la UE.

Margaret Thatcher lo decía muy claramente en privado y a veces en público: "Nosotros nunca saldremos de la Comunidad Europea, pero les haremos la vida imposible a los demás miembros para defender nuestros intereses". Más le hubiese valido a Cameron seguir esta pauta en vez de convocar un referéndum, en realidad, para consolidar su liderazgo en el partido y así le fue. Pésimo cálculo.

El Consejo Europeo de diciembre de 1991 aprobó en Maastricht el tratado de la Unión Europea, el proyecto político más ambicioso que jamás se haya realizado en Europa. El primer ministro británico John Major empezó su rueda de prensa diciendo "Juego, set y partido para el Reino Unido". No para Europa, sino para el Reino Unido. ¿Qué quería decir? Que al Reino Unido se le concedió la opción de quedarse al margen de la moneda única y también de las políticas de interior y justicia tal como ya se había quedado al margen del Tratado de Schengen. Y sin embargo, pocos meses después, el mismo Major, por razones internas y de su partido, renegaba del Tratado que él mismo había aprobado.

El problema es que, en los últimos años, con la aparición del fenómeno de la inmigración y la necesidad de una reglamentación europea para afrontar esta difícil cuestión, ya no era posible disimular más porque no cabía una nueva concesión de "op ut" (quedarse fuera) de la política europea.

¿Y ahora qué? El Reino Unido ya no podrá sentarse a la mesa de las decisiones. Ha perdido toda capacidad de influir en la UE. Ahora tiene que negociar la relación futura con la UE y no va a ser fácil. De ninguna manera la UE puede consentir que quien se marche del club pretenda luego un estatuto "como si fuese miembro del club". Sería un mensaje muy peligroso para algunos países con problemas para aceptar el auténtico rumbo de la construcción europea. La UE tiene que reforzarse y mostrar que una deserción por dolorosa que sea y por importante que sea el desertor no va a alterar el rumbo de la navegación.

Estamos ante un escenario que nadie había previsto y para el que no existía "el manual del usuario". Hay que improvisar, pero no de cualquier manera. El peor resultado sería aquel en el que todas las partes perdieran mucho. En principio el Reino Unido es el gran perdedor. Ya no estará en condiciones de imponer nada, tendrá que negociar todo desde una posición desventajosa excepto quizá en lo que se refiere a los derechos de pesca en aguas británicas. Ahí Francia y España tendrán que dejarse algo para defender los derechos tradicionales de sus pescadores.

La negociación que ahora empieza no es ninguna tragedia para el Reino Unido, pero si opta por algún tipo de aislamiento o de alejamiento de la UE, puede pagarlo muy caro en el futuro. Quizás nunca debió entrar en la UE pero lo que es seguro es que nunca debió salir. El precio que pagará es muy alto y las consecuencias imprevisibles. Y vaya usted a saber si seguirá negociando el Reino Unido o el Reino desunido porque lo de Escocia (abrumadoramente partidaria de permanecer en la UE) pinta mal.

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