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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Sabina, la caída del dios

Yuval Noah Harari ha sido elegido retratista oficial de la experiencia terrenal por los millones de lectores de Sapiens. Allí se define la religión como “todo conjunto de normas para la conducta humana garantizado por una autoridad suprahumana”. Ergo, Joaquín Sabina es suprahumano, lo más cercano a un dios que el laicismo autoriza. Dejemos a los pomposos con sus Mobile y Guaidó, reservemos un discreto rincón religioso para la única noticia que ha conmocionado al país. El cantante ha abandonado el escenario en vertical, ha traspasado la cuarta pared hacia abajo. Una supracaída.

La Biblia no deja constancia de traspiés divinos, así que la inmolación por precipitación de Sabina se convierte en un rasgo humanizador de su esencia inmortal. La caída del dios ha reverdecido el carisma del artista, que ya había avisado desde la indumentaria del concierto. Actuar dentro de una camisa tapizada de calaveras invita al traumatismo craneal, a plomo y con aplomo. Ya se puede desvelar que el andaluz odia la exposición al público, busca el anonimato sobre el escenario.

La Biblia no documenta a Dios cantando, aunque Ella dispondría seguramente de una bella voz al disponer del catálogo de todos los sonidos imaginables. Tampoco Sabina puede ya cantar ante un audiencia, con Serrat entonándole desde los coros para que las canciones no queden absolutamente desvirtuadas. Sabina es Curro Romero, van a adorarlo sin necesidad de escucharlo al igual que sucede en los lugares de culto, los dioses no discursean desde sus hornacinas. “He visto a Sabina” se convierte en un honor subsidiario frente al aristocrático “he visto caer a Sabina”. En la mensajería tras la anulación del concierto se prodigaban la frustración y la solidaridad, aunque los dioses no necesitan compañía, sin olvidar la cuota obligatoria de odios cerriles. Porque si no te has enamorado bajo una canción de Sabina, no tienes remedio.

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