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Antonio Papell

Ganar tiempo en Cataluña

He leído en alguna parte, después de la visita institucional del jefe del gobierno al Principado, que lo único que pretende Sánchez es "ganar tiempo en Cataluña". El aserto aparecía en torno crítico, como si el presidente del gobierno se estuviera equivocando al desarrollar su labor de seducción, nada subrepticia por cierto, que trata manifiestamente de cambiar el clima de confrontación que se mantiene al menos desde 2010 y sustituirlo poco a poco „estos cambios no se producen súbitamente„ por otro más comprensivo y cooperativo que permita abrir diálogos y establecer poco a poco nuevas formas de comunicación.

Ya no es hora de regresar la revisión de las dos historias de Cataluña, la real y la inventada (todas las naciones irredentas tienen indefectiblemente dos relatos, el cierto y el imaginario), pero es fácil de ver que, en efecto, los ciudadanos españoles, incluidos los catalanes no nacionalistas, no hemos hecho otra cosa que ganar tiempo en Cataluña desde que nos liberamos de la férula autoritaria del franquismo. En realidad, también la República ganó tiempo frente a la Cataluña díscola que tuvo la ocurrencia de celebrar el cambio de régimen mediante la proclamación del Estat Catalá? Pero durante la Transición, el proceso fue muy evidente: era necesario ofrecer a vascos y catalanes „sobre todo a los catalanes„ dádivas y señuelos para que se sintieran cómodos y aplazaran lo que muchos sabíamos que sería ineludible: la exigencia de soberanía. Francisco Fernández Ordóñez, la mejor cabeza de la época, lo explicaba a quien quisiera escucharle: ETA asesinaba, burdamente, en pos de la autodeterminación, pero quienes reamente tenían un proyecto secesionista imparable en la cabeza eran los catalanes. Muchos le miraban con aire asombrado, como si fuera un orate, pero el tiempo le ha dado la razón. Era el nacionalismo catalán el que un día, con pretextos más o menos fútiles, intentaría hacer volar por los aires el Estado.

Lo que se hizo, en fin, frente a aquella amenaza que planeaba por el subconsciente colectivo del establishment fue ganar tiempo, anticiparse a los acontecimientos, ofrecer a las conflictivas naciones periféricas una pista de aterrizaje ad hoc. El viejo republicano Tarradellas entendió el envite y se prestó a la representación cuasi teatral de la restauración de la Generalitat, que en realidad designaba la restitución de un mero distrito fiscal medieval, muy lejos de cualquier interpretación de la idea de soberanía. Pero la ficción encajó en aquel improvisado Estado de las Autonomías porque Jordi Pujol, el gran artífice de la Cataluña moderna „un alarde de creatividad establecido sobre una realidad inventada„ se sintió cómodo en él, entre otras razones porque se le permitió todo: desde la mixtificación histórica a la financiación ilegal, pasando por el enjabonamiento de su propio ego personal. Veintitrés años duró aquella experiencia, a cuyo término, en 2003, comenzaron realmente los problemas.

También entonces se intentó ganar tiempo. El independentismo, estimulado por la antipatía provocativa de Aznar, comenzó a asomar de la mano de una Esquerra Republicana que cobraba fuerza y que arrastraba al nacionalismo conservador hacia el soberanismo práctico (el teórico siempre estuvo en los programas máximos). Y de nuevo, esta vez a través del tripartito de Maragall, se intentó y se logró ganar tiempo: se optó entonces por la reforma del Estatuto de Autonomía, que se encajó en un curioso federalismo asimétrico y que habría de paliar los agravios comparativos que se desprendían de unas más o menos bien calculadas balanzas fiscales que parecían demostrar la postergación económica de Cataluña? La estratagema dio resultado y se ganaron unos años más, hasta que en 2010 el Constitucional derogó una parte significativa del Estatuto de 2006, que había sido convalidado por el Parlament, por las Cortes españolas, por los gobiernos catalán y vasco y por el pueblo de Cataluña en referéndum?

El resto de la historia es conocida: tras aquel provocativo fracaso, la efervescencia soberanista desembocó en una consulta referendaria ilegal en 2014, convocada por Artur Mas, y en el referéndum del 1-O de 2017? La aventura acabó mal, en los Tribunales, con presos y prófugos. Hay que volver a empezar. Pacificando la situación y reiniciando el proceso. Ganando tiempo, en una palabra.

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