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El brexit y el señor Darcy

El sábado vi por enésima vez El paciente inglés, que es una de las mejores películas de amor de las últimas décadas, basada en la novela homónima de Michael Ondaatje. Me pasa con El paciente inglés lo mismo que con Doctor Zhivago: necesito verlas cada cierto tiempo. La primera en cualquier época del año; la segunda, en Navidad. Y de vez en cuando aparece algún detalle que olvidé, o me pasó por alto, o el tiempo y la vida le han añadido una nueva interpretación.

En 'El paciente inglés', casi al final, tras la liberación de Italia, hay una escena en la que el sargento Hardy, ayudante del teniente Kip, el artificiero hindú, se sube en calzoncillos a una estatua para desplegar la bandera de Gran Bretaña. La estatua está frente a una iglesia de Arezzo, donde minutos atrás ha habido una de las mejores escenas del film: Hana contemplando los frescos de Piero della Francesca colgada en el aire por unas cuerdas y un arnés. Sorprende que el sargento Hardy aparezca en calzoncillos pues las pocas veces que sale en la película, es un personaje discreto, muy british (sector empleado del servicio), modesto y poco dado a las extravagancias. La escena no se ve en su totalidad: al llegar arriba estalla una bomba trampa dejada por los alemanes y muere el sargento y mueren también o quedan malheridos algunos italianos de los que celebraban la victoria aliada. Sobrevive su amante, una chica de Arezzo de la que se desconocía que tuviera relaciones con él.

El sábado pasado pensé que aquella bomba y sus consecuencias eran una buena metáfora del Brexit. Para el británico que despliega su bandera y para los europeos que lo miran desde abajo. Luego, el estallido, como ocurrió el jueves en Bruselas. Sólo que las ondas expansivas de esa explosión las iremos viviendo todos a medida que vaya pasando el tiempo. Poco tiempo, por eso. Pensé también en las palabras del escritor Ian McEwan sobre Boris Johnson -"es educado e inteligente pero se ha convertido en un tarugo populista"- y las relacioné con el acto del sargento Hardy, tan educado, pero que en la euforia de la victoria intenta desplegar la bandera y él, que tantas minas y bombas había ayudado a desarmar, vuela por los aires sin pensar que en lo alto de la estatua podía estar esperándole la definitiva. Que Nigel Farage -con esa cara de payaso tan similar a la del entertainer de Cabaret- saboteara la Unión Europea lo lleva escrito en la bocaza. Pero, ¿y Boris Johnson, el biógrafo de Churchill?

Boris Johnson ha representado el papel del flautista de Hamelin (sin ánimo de llamar roedor a nadie) o de la feromona del señor Darcy (y seguimos en Inglaterra). Como ustedes saben, el señor Darcy es el famoso personaje de Jane Austen en Orgullo y prejuicio, el hombre que enamora a Lizzy sin hacer apenas nada más que de estólido pasmarote silencioso. Pues bien, un grupo de científicos ha bautizado como darcina -en honor al señor Darcy- una feromona que, sólo con olerla, incita al acto sexual aunque no se esté predispuesto (en este caso, predispuesta). Han estudiado la ruta que toma la darcina desde la nariz hasta el cerebro ( sic), provocando una atracción imediata de la hembra por el macho que la despide ( sic). No sé qué opinaría Jane Austen del bautizo de la feromona y sus explicaciones científicas y tampoco sé si el estudio de esta feromona encierra mensajes ideológicos. Pero parece que la darcina incita a comportamientos no deseados en principio y en eso se parecería a la reacción mayoritaria británica ante la campaña desatada por Boris Johnson. ¿O será que Europa carece del secreto e invisible encanto del señor Darcy?

Algunos creímos ingenuamente que el dinero del señor Darcy había influido en el enamoramiento de Lizzy y es un alivio pensar que no, que el deseo no tenía motivación material alguna -pese a vivir ellos en la época de los matrimonios de conveniencia-, sino que, motivado por la feromona darcina, era deseo a secas y la causa prima y esencial de ese enamoramiento. Y el tentetieso de Darcy sin saberlo. ¿Ya no tenemos encanto, ni feromonas para la mayoría de británicos? ¿No será su abandono fruto de un mero capricho que el tiempo va a demostrar fatal? Vivimos las cosas como si no pasaran, pero pasan y el dolor llegará. A un lado y a otro. Quizá a Boris Johnson no le estalle la bandera entre las manos como al sargento Hardy en El paciente inglés, pero malheridos y muertos los habrá a ambos lados del Canal de La Mancha. La feromona del señor Darcy es a veces devastadora.

Coda: quería escribir una nota sobre George Steiner, el hombre que dijo que era un milagro que todavía existiera Europa, cuando el milagro para nosotros ha sido que existiera George Steiner. Pero el miércoles apareció una entrevista hecha por su amigo Nuccio Ordine, a publicar el día después de su muerte. Ante unas palabras tan maravillosas como las de esa entrevista -léanlas y se harán un gran favor ahora que prima todo lo contrario a lo que nos enseñó él- mejor el silencio y recomendarla a quienes queremos. La encontrarán en la sección de Cultura de El País digital.

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