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El regalo del siglo

Esta semana Donald Trump ha desvelado en Washington lo que pomposamente llama "el Acuerdo del Siglo". Le acompañaba un encandilado Netanyahu, primer ministro de Israel, que aplaudía con las orejas cuanto oía porque en el fondo este plan pretende legitimar la presencia israelí en los territorios palestinos que ocupa desde 1967.

Trump ha encomendado la tarea a tres asesores: su yerno Jared Kushner, cuya familia tiene estrecha amistad con Netanyahu; el abogado Jason Greenblatt; y David Friedman, embajador de EEUU en Israel que simpatiza con los colonos. Y ellos le han presentado un plan que rompe con el Derecho Internacional, con las resoluciones de la ONU y con 60 años de diplomacia norteamericana. A las bravas. Su tesis es que todos los anteriores presidentes han fracasado al intentar hacer la paz entre palestinos e israelíes porque partían de una premisa falsa. Y por eso fracasaron también el Plan Fahed de 1982 (endosado por la Liga Árabe), la Conferencia de Paz de Madrid de 1991, y el Proceso de Oslo (1993-2000). Porque todos se basan en la "ficción" que es la resolución 242 del Consejo de Seguridad (paz por territorios) que alumbra "una retórica designada para impedir el progreso y dejar de lado las negociaciones directas" (Greenblatt).

Quizás por eso el Plan de Trump, preñado del adanismo de quien se cree capaz de lograr lo que nadie antes ha conseguido, enfoca el problema respaldando todas las exigencias de Israel y ninguna de los palestinos, a los que solo ofrece vagas esperanzas, empleos (un millón) y mucho dinero (50.000 millones de dólares) que saldría de los bolsillos de las monarquías del Golfo. Su filosofía es la del promotor inmobiliario acostumbrado a un mundo de tiburones donde los poderosos se imponen, como siempre, y los débiles sufren, como les corresponde. Y todo al margen del Derecho Internacional. Alguien debería explicarle que no todo se puede comprar con dinero. Como la dignidad o la ciudad de Jerusalén, santa para tres religiones y sede del tercer lugar más santo del Islam, la mezquita de Al Aqsa, situada justo encima del Muro de las Lamentaciones que es también un lugar sagrado pues es lo que queda del Templo de Jerusalén que arrasó Tito y al que ningún judío renunciará nunca. Por eso Abbas ha respondido lacónicamente que "Jerusalén no está en venta".

Trump sigue la misma lógica que cuando reconoció a Jerusalén como "capital soberana" de Israel en 2017 y llevó allí su embajada, o cuando apoyó la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, que son territorio ocupado a Siria. Todo al margen del Derecho Internacional. El plan actual declara "indivisible" a la ciudad santa y rechaza que los palestinos puedan situar en ella su propia capital. A cambio se les permitirá instalarse en barrios periféricos separados de la ciudad por un alto muro construido durante la Segunda Intifada. También permite la anexión del 30% de Cisjordania que Israel ocupa (ilegalmente) desde la Guerra de los Seis Días en 1967: el estratégico Valle del Jordán y los 120 asentamientos donde residen 650.000 israelíes, a cambio de congelarlos durante cuatro años y de algunas compensaciones territoriales para los palestinos en el desierto de Neguev y en el norte de Cisjordania.

A los palestinos les quedaría el 70% de Cisjordania, un queso de Gruyère con pueblos comunicados entre sí por carreteras aisladas trufadas de túneles y pasos elevados (Gaza y Cisjordania se comunicarían por un túnel subterráneo), donde dentro de 4 años y si se portan bien podrían hacer un estado con soberanía parcial, desmilitarizado y sin control de sus fronteras o del espacio aéreo. Ni una palabra del retorno de los palestinos privados de sus tierras en 1948.

El Acuerdo del Siglo ha nacido muerto porque los palestinos lo han rechazado y el presidente Abbas no ha cogido el teléfono cuando Trump le ha llamado. El mundo está harto del conflicto israelo-palestino, desplazado de los titulares por problemas más acuciantes en Oriente Medio y también por eso la reacción internacional ha sido escéptica y discreta, nadie ha tomado en serio la propuesta norteamericana pero tampoco nadie ha querido irritar a Trump.

En mi opinión este acuerdo no es bueno para Israel por dos razones: porque ha roto el consenso bipartidista que ha dominado la política norteamericana sobre ese conflicto desde hace 60 años, y porque la frustración e irritación palestinas harán imposible la deseada paz. Pan para hoy y hambre para mañana.

Pero es lo que hay y no estamos ante un plan inútil, como demuestra el momento elegido para hacerlo público. Les sirve muy bien a Trump y a Netanyahu. Al primero porque distrae a la opinión en pleno debate en el Senado el debate sobre su destitución ( impeachment). En el fondo a Trump no le importa tanto que haya un acuerdo como proyectar una imagen de que lo intenta, porque eso puede darle apoyos entre votantes judíos y evangelistas en las elecciones de noviembre. Y a Netanyahu, con tres acusaciones por corrupción y con elecciones el 3 de marzo (las terceras en un año), la ceremonia de Washington con su gran amigo Donald Trump refuerza su imagen interna como el líder que da seguridad a un país siempre necesitado de ella. Como prueba, su primera medida, este mismo domingo, es llevar al consejo de ministros la decisión de anexionar las colonias establecidas en Cisjordania.

Por eso, más que de un "Acuerdo del Siglo", porque no lo es, habría que hablar del "Regalo del Siglo" entre esa sociedad de socorros mutuos que han formado Donald y "Bibi".

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