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El libro de Tumi Bestard

Debe de haber un momento en la vida de algunas personas en el que se sorprenden de lo vivido. Entonces desean dar testimonio de ello como forma de impedir el paso al olvido y celebrar el regalo de esa misma vida, compartiéndolo con los demás. Para que esto ocurra hay que haber sido de carácter optimista, con ilusiones -en mallorquín, curolles-, bastante sociabilidad y cierta propensión a la felicidad o a su forma más realista: la alegría. Es decir, un hombre satisfecho consigo mismo. Aquí, en este punto, es donde arranca el libro Memorias de un viejo cónsul o lo que es lo mismo: las Memorias de Bartolomé Bestard Bonet, conocido por todos -desde la Casa Blanca hasta la casa natal de Juníper Serra en Petra (no sabemos si también en el Moscú del KGB y la Guerra Fría)- como Tumi Bestard. O Tumi a secas.

Situémonos en el mapa. Una casa en Can Barbarà frente al mar, familia acomodada -que es asunto que proporciona seguridad en la infancia y adolescencia- y el progresivo conocimiento de la lengua inglesa, al que contribuyó el bilinguismo natural de la tierra. Éste es el origen de quien ahora tiene 84 años. No olvidemos las condiciones físicas: altura muy por encima de la media, rubio con ojos azules y una fortaleza y empuje considerables. Si a esto le añadimos cierta sofisticación en la entonación de las palabras -como si su lengua fuera un poco más grande de lo normal, o como si mascara chicle- y un sentido del humor inagotable, empezamos a tener un retrato, digamos, americanizado, de Tumi Bestard, sin dejar de ser un retrato real. Pero nos dejamos la voluntad de seducción, cierta propensión al uso de la picaresca, el no achantarse ante dificultad alguna y la capacidad de mímesis -ojo al dato- con lo admirado. Y lo admirado, en ese origen que es la infancia familiar en Can Barbarà, son los buques de guerra que contempla fondeados en la bahía, los gorros blancos y uniformes azules de los marineros de la US Navy, la bandera de barras y estrellas. Todo esto, al cabo de los años, se transformará en habilidad para ser su representante en la isla, el hombre que recibía a almirantes de la VI Flota, congresistas y senadores, patricios yanquis y presidentes de los EEUU, sin perder ni uno solo de los rasgos citados. O sea, sin dejar de ser él mismo.

Al otro lado, la policía franquista y la Guardia Civil, el gobernador civil, las autoridades militares, el Régimen en pleno, su representación balear, con los que siempre se llevó bien. Y una sociedad mutante donde unos y otros se movían con más o menos soltura, con más o menos conformidad o rigidez: la Mallorca del esplendor turístico, los cambios de costumbres seculares, el cuerno de la abundancia. Y el star-system del gran mundo, visitándonos: de Grace Kelly a Onassis. Una época donde la grisura de la postguerra daba paso a las luces de la fiesta, el dinero rápido, el sexo sin pejigueras y la conciencia, para quien la tuviera, de que la generosidad del azar -que también tiene su lado fatal- había puesto sus ojos sobre la isla. El personaje de estas Memorias -de intrépido grumete a una mezcla de divertido maestre del protocolo improvisado y James Bond de la extrema provincia del imperio-, también nace en y de esa coyuntura.

Si creen que exagero, lean el libro -se presenta el miércoles, 12, en el hotel Palas Atenea- y verán las cosas que ocurrían en esa Mallorca y nosotros sin enterarnos (menos mal que su hijo, el historiador y cronista de Palma Tumi Bestard Cladera ha estado junto a su padre en el empeño de escribirlo). Verán cómo la arrolladora -y estupenda, por cierto- hija de Lyndon B. Johnson intima -él no lo cuenta así, pero en fin- con Bestard Bonet. Verán cómo la reina Federica de Grecia se ofende e indigna porque el poeta Robert Graves no la reconoce: Who are you? Entrarán en la familia Kennedy y en la del rey Saud de Arabia. Conocerán a Socks, el gato de los Clinton -con despacho y secretarios particulares- en la Casa Blanca. Visitarán portaaviones norteamericanos y verán lo que sus marineros y sus marines hicieron en y por la isla. Leerán la crónica airada, sentimental y judicial de Zsa-Zsa Gabor en Palma, la estancia en casa de Tumi de la hija de Yoko Ono tras la solución de su 'secuestro'. Le oirán cantar a dúo con Frank Sinatra frente a los rascacielos de Manhattan. Tratarán muy de cerca a Bruno Kreisky y podrán observar de paso a Gadaffi y a Arafat en su casa mallorquina. Sabrán de su vida familiar y de su vida sentimental, pero de estas cuestiones íntimas (somos mallorquines) sabrán más por las fotografías -Memorias de un viejo cónsul es también un extenso álbum fotográfico- que por el texto. No quiero contar anécdotas porque para eso está un libro como este, para leerlo y observar sus imágenes. Pero en cada cosa que se narra en sus páginas -y en todas aquellas, muchas más, que no se cuentan o silencian- está la construcción de un personaje llamado Tumi Bestard y el telón de fondo de una época irrepetible. Como él mismo.

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