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Luis Sánchez Merlo

El Chiripero

La visita de Juan Guaidó evidencia un cambio en la política exterior del que el Departamento de Estado americano ha tomado buena nota

(Coalición política venezolana, compuesta de heterogéneos partidos y pequeños grupos, que prometía la liberación de insurgentes implicados en intentos golpistas)

En la fría Puerta del Sol, Juan Guaidó, "único representante de Venezuela con legitimidad democrática", sin llegar a enardecer a sus compatriotas, logró transmitir la emoción del hombre enredado en una ecuación imposible: revolución sin violencia, con el disimulado consentimiento de una dictadura.

"Ustedes, que están aquí con luz y agua, ayúdennos". Así retumbaban sus últimas palabras, tras sonar el himno nacional venezolano, Gloria al Bravo Pueblo, mientras la diáspora venezolana (32.000 peticionarios de asilo y refugio por motivos humanitarios en 2019) iba desfilando, junto a "algún que otro español", bajo la fina lluvia de Madrid.

Junto a Guaidó, encaramado en un enclenque tenderete, Tintori, esposa del carismático Leopoldo López, confinado en la Embajada española en Caracas y Ledezma, alcalde metropolitano, que huyó después de mil días detenido y se asiló en España.

La tarde fría, ya vencida, estaba para chocolate con churros. En la calle Atocha, un gallego de mediana edad, Javier, embutido en una bandera de la Federación de Fútbol de Venezuela, que vivió muchos años en "el país más rico del mundo" que tuvo que dejar por 'razones familiares', transmitía pesadumbre, sin ocultar su opinión sobre las inciertas perspectivas de futuro, en un país aquejado por múltiples influencias externas (inteligencia cubana, guerrilla -aún viva- colombiana€), crisis sistémica económica y social, deuda impagable con Rusia y China, narco, factor militar€

Podría ser Cabello -número dos en el escalafón, efectivo número uno- ¿el relevo? Respuesta tajante: "No le hace falta porque es el verdadero poder que mueve los hilos".

El discutido liderazgo del político venezolano que, tras el año transcurrido desde que fue reconocido como "presidente encargado", se había desinflado, por la ausencia de avances sustanciales, se ha visto reanimado con el aparente calor diplomático con que Boris Johnson, Angela Merkel y Emmanuel Macron le prestaron en su gira europea.

El contrapunto, haciendo la cobra a Guaidó, lo ha puesto el jefe del gobierno español, cuya decisión le ha tocado explicarla al vicepresidente segundo quien, al referirse al detestado si bien tolerado rival, le retiró el título reconocido por la comunidad internacional, rebajándolo a "importante líder de la oposición".

La ministra de Asuntos Exteriores evitó la etiqueta habitual, reservada a los representantes de Estados a los que se recibe en el Palacio de Santa Cruz, y celebró el encuentro en la Casa de América. Es parte de una decisión deliberada que no deja de implicar un cambio en la política exterior, del que el Departamento de Estado americano ha tomado buena nota.

En las cancillerías tampoco ha pasado desapercibido el comunicado de Felipe González: "Guaidó es el único representante legitimado democráticamente, de acuerdo con la Constitución de Venezuela, frente al poder fáctico representado por la 'tiranía de Maduro' y los 'apoyos espurios' de la 'llamada Asamblea Constituyente, del Tribunal Supremo o de la cúpula militar. A Maduro solo hay que creerle cuando dice que nunca más convocará elecciones para perderlas. Por eso controla el Consejo Nacional Electoral y los poderes citados. Así mismo se lo he reiterado a Juan Guaidó, con el que me mantengo en comunicación".

En contraste con el raquítico trato con que el Ejecutivo español ha despachado la visita, la Real Casa de Correos lucía la bandera de Venezuela para recibir a quien fue distinguido con la medalla internacional de la Comunidad de Madrid y al que el Alcalde de la capital de España entregó las llaves de oro de la ciudad, trato reservado a jefes de Estado en visita oficial.

Pero a pesar de este despliegue, la menguada presencia local delataba la desgana de quienes ya se han instalado en la salvación individual. De manera que uno no puede más que coincidir con el escritor y político conservador irlandés, Edmund Burke, cuando dijo: "Para que triunfe el mal, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada".

Al desplante del jefe del gobierno de coalición (atento a los intereses de BBVA, Telefónica, Repsol o Banco Santander en aquel país y a garantizarse, llegado el caso, los suministros de petróleo), Guaidó respondió, sin reproches y malas caras, con lo que más podía ponerle en evidencia: "Pedro Sánchez fue el primer presidente que me reconoció".

De esta manera, mostraba en tiempos vargallosianos, un estimable talento, al saber perder y de soslayo evitar el escarnio del dictador venezolano al presidente del gobierno del insomnio: "La historia le recordará como un pelele".

Así se cerraba una semana de sobresaltos, en la que se pusieron a limpio las andanzas familiares del anterior embajador en Caracas. Y, sin solución de continuidad, el episodio de la impaciente vicepresidenta venezolana (a la que las sanciones de la Unión Europea le impiden entrar en espacio comunitario) con la que el ministro español de Transportes ocultó, de saque, que había mantenido un encuentro de madrugada, en un avión en el que se presentó para garantizar que no descendiera.

La dimisión del interlocutor, "a mí no me echa nadie", reclamada por la oposición, resulta una quimera, tratándose de uno de los componentes de la mesa de negociación con ERC para la investidura. Y por ende, uno de los más estrechos colaboradores del presidente, quien no ha tardado en echarle un capote, "ha evitado una crisis diplomática".

Los intermitentes cortes de agua, luz y servicios básicos, en uno de los países más agraciados del mundo en recursos estratégicos (petróleo, coltán, gas, uranio) no dejan de ser una paradoja cuando Guaidó pide ayuda a quienes sufren los efectos de la dictadura.

El chiripero venezolano se ha mimetizado en nuestro país donde ya tenemos 22 ministros, con lo que ya pueden jugar un partido de fútbol.

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