Diario de Mallorca

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Termómetros del futuro

1.Algo está pasando en España y no sabemos qué es. Ni siquiera sabemos dónde y en qué sentido pasa. Quiero decir que están pasando muchas cosas pero hay una que se nos escapa y a nuestro vecino del sur, siempre atento, no. Por eso desde los tiempos de Tarik y Muza, el rijoso rey Rodrigo y el resentido conde don Julián, es bueno echar un vistazo a Marruecos para saber si nos ocurre algo serio que no vemos: Marruecos como termómetro interior. Y parece que sí. La voluntad marroquí de ampliar aguas territoriales engullendo las de Canarias, suena a la Marcha Verde del 75 en plan AquaPark y merluza viene. Entonces Franco estaba en el hospital con tromboflebitis y se hablaba de los fosfatos saharahuis. Ahora de pesca y los enfermos son varios.

Por un lado está España como maniobra de distracción cuando algo incómodo ocurre en la política marroquí. Por otro lado está Marruecos, que la sabe larga de lo nuestro como para detectar debilidades estructurales y aprovechar la ocasión a su favor, cosa que el rey Juan Carlos I sabía desarticular como nadie. No soy comentarista de política exterior -ni siquiera lo soy de política- pero hay indicios de que la cosa anda por ahí en estos días. Marruecos como termómetro de España, repito. Y al fondo, siempre quedan Ceuta y Melilla como dos ases en la manga de la chilaba, para cuando el mercurio estalle. Que ojalá no.

2.El coronavirus chino o virus de Wuham y su drástico tratamiento social no es una de esas distopías a las que nos tienen acostumbrados las series televisivas, sino el futuro, que ya está aquí. Antiguamente los lazaretos cumplían la función de la cuarentena cuando arribaba algún barco con enfermos a bordo. El de Mahón, durante el siglo XVIII, era conocido en toda Europa. En nuestra época el lazareto está lejos del puerto y el aislamiento de los once millones de habitantes de la ciudad de Wuham y alrededores es la mejor prueba. Aeropuerto cerrado, estaciones de tren vacías y los hospitales donde nadie sabe lo que pasa dentro de ellos. Once millones de personas en un gueto, se dice pronto. Diez veces la población de Balears, de las que es imposible salir o entrar. Algo sabemos de eso: hay semanas en que no hay ni un vuelo disponible a Madrid o a Barcelona, por ejemplo. Y con la visita de la tormenta ‘Gloria’ ha habido locales comerciales que parecían la Unión Soviética en los primeros tiempos de la perestroika: el vacío en la mayoría de estantes. No tenemos coronavirus, pero estos días nos hemos quedado sin buques de transporte. Durante la Gran Guerra -aún no la llamaban Primera Guerra Mundial porque no había sucedido la Segunda-, durante la Gran Guerra, digo, Gertrude Stein escribió una carta desde El Terreno, en la que describía la desolación del puerto, sin la visita de un solo barco extranjero. Con ‘Gloria’ ha pasado lo mismo, pero en China están mucho peor. Basta ver esas imágenes donde las pantallas reflejan la temperatura de cada individuo y son apartados si detectan fiebre. Sabíamos que existían las de reconocimiento facial, pero la sofisticación de la fiebre ni la imaginábamos y los habrá que aplaudirán eso porque es progreso y positivo para la salud pública. Qué miedo.

3.La isla de Redonda, la del Caribe, no el islote pegado a Cabrera, está entre Antigua y Guadalupe, que son territorios poéticos de Derek Walcott, nacido en Santa Lucía, otra isla caribeña. Pero ahí donde la revista National Geographic dice que pertenece administrativamente a Antigua, hay que recordar que Redonda es un reino independiente y su rey, Xavier I, no es otro que el escritor Javier Marías. Como antes que él lo fueron los escritores M.P. Shiel, John Gawsworth y John Wynne-Tyson. Redonda tiene en el guano -palabra que siempre he de asociar a Tintín en El templo del sol- una de sus escasas riquezas naturales, pero en los últimos tiempos cabras y ratones habían esquilmado su vegetación hasta dejarla más pelada de lo que pela el viento las pequeñas islas. Ahora ha habido una campaña de limpieza y las cabras -cuya saliva tiene un ácido que impide que nada crezca una vez mordido por ellas- han sido trasladadas a Antigua, de donde son originarias. No las han eliminado, como ocurre en otras partes -aquí, sin ir más lejos-, sino que las han devuelto a su lugar de procedencia. Con los ratones no sé si habrá habido tantos miramientos. La isla ha florecido y su verdor es ahora impecable. Un reino en medio del océano, como en un verso de Poe, sin necesidad de Greta.

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