Mientras aquí discutimos acaloradamente sobre el pin parental o sobre la visita de un ministro a un avión, hemos visto un vídeo en el que los empleados de una empresa china eran obligados a caminar a cuatro patas por la calle, en la ciudad de Tengzhou. Por lo visto, ese escarnio público iba destinado a los empleados que no habían cubierto sus objetivos anuales, es decir, los empleados que no habían sido lo suficientemente rentables para la empresa. Delante de la fila de empleados iba un capataz enarbolando una bandera (roja, por cierto), aunque esa bandera no era la bandera de la China (que también es roja), sino la enseña comercial de la compañía, que se dedica a vender productos de belleza y de cosmética. Los empleados que se veían en el vídeo, cuando se les obligaba a caminar a cuatro patas en medio de una calle concurrida, eran jóvenes y casi todos eran mujeres. Todos iban vestidos de negro -quizá era el atuendo obligatorio en la empresa- y se les veía tan humillados y ultrajados que ni siquiera se atrevían a levantar la vista del suelo. Algunas mujeres llevaban zapatos de tacón. Supongo que también les obligaban a llevarlos.

Hemos sabido que un policía interrumpió la escena porque consideró que era un espectáculo indecoroso. También hemos sabido que muchos internautas chinos, al ver el vídeo en las redes sociales, protestaron airados y exigieron explicaciones a la compañía. Pero no parece que estas cosas sirvan de mucho. Las empresas chinas acostumbran a organizar espectáculos -porque son espectáculos- en los que se humilla públicamente a los empleados menos productivos. En otro vídeo que ha circulado estos días, se ve a una mujer muy joven abofeteando con gran violencia a una hilera de empleados -todos varones, por cierto- que no habían conseguido cumplir con los objetivos empresariales. La jefa y los empleados van vestidos con una especie de uniforme (la jefa lleva un pañuelo al cuello, como los pioneros comunistas), lo que demuestra que los métodos dictatoriales del comunismo se han trasladado con toda normalidad a la práctica empresarial. Y si antes, en los tiempos de la Revolución Cultural, se humillaba públicamente a los ciudadanos que mantenían ideas heterodoxas -escuchando música clásica o leyendo a autores burgueses y decadentes-, ahora se humilla públicamente a los empleados que no satisfacen los delirios empresariales de sus jefes. La humillación es la misma, el escarnio público es el mismo; lo único que cambia son las razones por las que unos pobres ciudadanos son condenados a padecerlo.

China sigue siendo un país comunista. No hay oposición, no hay partidos políticos, apenas hay debates públicos y nadie se atreve a llevar la contraria a las decisiones de la casta dirigente. En la remota región de Sinkiang, mayoritariamente musulmana, hay docenas de campos de concentración y de reeducación para la población que no quiera o no pueda adaptarse a los mandamientos del gobierno. Si hay que cerrar Twitter, Facebook o cualquier otra red social, el gobierno lo hace en dos patadas. Ahora mismo, a raíz del brote de coronavirus en Wuhan, el gobierno ha ordenado poner en cuarentena un área en la que viven 20 millones de personas. En ningún país de la Unión Europea se podría hacer eso -los ciudadanos protestarían furiosos- y ni siquiera Donald Trump se atrevería a hacerlo en Estados Unidos, por miedo a las protestas y al descrédito internacional, por muy grave que fuera la amenaza sanitaria. En cambio, el gobierno chino puede hacerlo sin problemas y sin que reciba críticas de ningún tipo. Y encima se permite ordenar la construcción en una semana -¡una semana!- de un hospital para atender a la población. ¿Se imaginan que un gobierno europeo se planteara construir un hospital en una semana por una amenaza sanitaria? ¿Sin protocolos previos, sin subasta previa, sin adjudicación pública del contrato? Por muy grave que fuera la alarma sanitaria, la oposición -cualquier oposición- no desaprovecharía la oportunidad para derribar al gobierno de turno.

Es evidente que es imposible competir con China en estas condiciones. Y por si fuera poco, sus estudiantes están diez veces -o cien veces- mejor preparados que los alumnos europeos (los nuestros tienen dificultades serias para leer un texto complejo y apenas hablan idiomas extranjeros). A pesar de la contaminación, China sigue abriendo centrales térmicas de carbón -las más contaminantes-, de modo que posee una energía mucho más barata -y más sucia- que la nuestra, lo que le permite producir a precios mucho más baratos (dejando aparte la semiesclavitud de su mano de obra). Pero nosotros, por supuesto, seguiremos enfrascándonos en las apasionantes polémicas del pin parental.