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Mar Ferragut

¿Quedamos en la Plaça Major?

Cuando hace más de diez años Burguer King abrió un local en la Plaça Major hubo críticas. La palabra gentrificación aún no estaba en nuestro vocabulario; los comercios de siempre no habían sido catalogados todavía como especímenes 'emblemáticos' y nadie se había preocupado todavía de reivindicar, canalizar y dar forma al orgull llonget, pero sí que ya percibíamos las franquicias como antónimo de autenticidad, tradición y personalidad. Un día un colega (becario precario por aquel entonces, trabajador precario en la actualidad), se me confesió: "Pues si no fuera por el Burguer King, yo no podría tomarme nada en la Plaça Major, los otros bares son para turistas".

No podría ni tomarse algo, ni estar allí: en toda la plaza no hay ni un banco. Si por alguna extraña razón (enajenación mental transitoria) ha quedado alguna vez con alguien en este punto, le habrá tocado esperar de pie, a no ser que se haya animado a sentarse en los bordillos de la estructura que rodean las farolas. Hace tiempo que los bancos han empezado a ser vistos como un mobiliario urbano ‘poco conveniente’: a los ayuntamientos no les interesa que personas sin hogar los usen para dormir (por eso ahora se opta por colocar sillas individuales, más que bancos) y a los bares no les interesa que los ciudadanos tengan opción de sentarse a hablar o descansar sin consumir nada. Es la arquitectura antipersona: la ciudad te expulsa, a no ser que consumas. Menos mal que el si no fos es de piedra.

En la teoría las plazas son espacios abiertos para facilitar el encuentro y la comunicación entre vecinos. Son la sala de estar de las ciudades. Pero algunas han sufrido una metamorfosis tal que han pasado a ser pasillos. Se han convertirdo en un ‘no-lugar’, un espacio de paso y sin la importancia suficiente como para ser considerados ni siquiera un lugar. El antropólogo Marc Augé fue el que acuñó este término, pensando en las habitaciones de hotel, los aeropuertos, los supermercados, los aparcamientos. En Palma hay plazas que son ‘no lugares’ para los ciudadanos, colonizadas por los turistas, los coches o ambos. Igual que la nada iba extendiéndose y engulliendo la tierra de Fantasía en La Historia Interminable, los ‘no-lugares’ absorben espacios de Ciutat que en algún momento tuvieron una función y un significado para nosotros.

En la plaça Major había un kiosko de prensa, el de la familia Oliver . Estaba Forn de Plaça, de los Cañellas, con el majestuoso dragón que adornaba su fachada y que desapareció con la llegada de una franquicia de pinchos. Había también un limpiabotas (cuyo banco rojo servía de asiento a los transeúntes cuando no había clientes). El bar El Rincón Taurino, de Juanito Bosch. Tejidos Salas. Una carnicería. Ramón, colmado y cafetería. Los Helados Italianos, siempre concurridos. Parece que hablamos de otra Palma, de otro tiempo, de otra plaza, pero no hace tanto de ese momento en que los llonguets sí sentían ese espacio como suyo.

Tiramos las murallas y suprimimos el tranvía. Nos entregamos al coche y a las grandes superficies. No podemos vivir en un eterno lamento por lo perdido ni limitarnos a plantear proyectos etéreos y poco útiles para los vecinos, pero sí podemos recordar lo que nos gustaba de aquella Ciutat y tratar de recuperar esa filosofía para un proyecto meditado que combine practicidad con planteamientos sociales y medioambientales. El fin de la concesión de las galerías de la Plaça Major es una gran oportunidad para plantear este espacio como “zona cero” del cambio y repensar bien toda la zona (algo que ya podría haber hecho el ayuntamiento: el fin de una concesión a 50 años no es precisamente un evento inesperado). Pero limitarse a plantear un aparcamiento es, como dicen las entidades firmantes del manifiesto Manifest pel rescat de la Plaça Major de Palma, una opción “poco imaginativa y gris” (conocemos la propuesta: por poco nos clavan un aparcamiento en las faldas de la Seu en vez del Parc de la Mar). En Palma sabemos perfectamente qué implica ser un sitio solo para ‘pasar’ (es la esencia del turismo). No dejemos que la Plaça Major se convierta de forma definitiva en un triste pasillo.

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