Probablemente ésta sea la expresión más adecuada para definir la situación en el que se encuentra el conflicto que enfrenta en Francia a sindicatos y gobierno por la reforma de las pensiones. Tras unos interminables 46 días de huelga en los transportes públicos, récord absoluto en la historia de las movilizaciones - amén de la ración de manifestaciones que se vienen repitiendo semanalmente desde el 5 de diciembre, sin contar con los sábados amarillos - parece que el movimiento de protesta va a cambiar sustancialmente al menos en su forma de expresión. Digamos que los promotores de la huelga, tanto la belicosa CGT, como FO, sin olvidar a Sud Rail, han decidido dar o tomarse, según como se mire, un respiro. Así, desde el lunes pasado estos sindicatos, los de mayor representación en el transporte público, opuestos radical y absolutamente a la reforma - no hablan de negociación sino de pura retirada del proyecto por parte del Gobierno - han variado el rumbo, propiciando en parte una vuelta a la normalidad. Trenes, autobuses y metro funcionan casi con regularidad. París respira de nuevo, ¿pero por cuánto tiempo? Dependerá de lo que dure el "tiempo muerto".

Por un lado, tanto las solidarias cajas de sostén a la protesta, como los bolsillos de los huelguistas, están vacíos, y hay que llegar a fin de mes, pagar créditos e hipotecas. La huelga empezaba a tener un efecto boomerang, volviéndose contra los trabajadores implicados. La cronificación del conflicto ha acabado perjudicándoles directamente. Esta es sin duda la primera razón de la tregua, pero no la única. Ya que por otra parte no han conseguido la adhesión esperada de otros sectores y la llamada a la huelga general, a paralizar el país, no ha cristalizado.

Desde el momento en el que Eduard Philippe anunció que retiraba la cuestionada edad pivote/referencia de retiro - los 64 años de los que nadie quería oír hablar - se abrió una nueva la puerta al diálogo. No con los sindicatos citados, pero sí con la CFDT de Laurent Berger. Un sindicalista moderado, hábil negociador, y partidario de la reforma, pero con matices. Lo primero que hizo, tras el anuncio del primer ministro, fue invitar a sus afiliados, la confederación más potente con más de 600.000 trabajadores en el conjunto del hexágono, a no secundar la huelga, abriendo una brecha en el frente sindical. Seguramente estos dos factores unidos han pesado lo suficiente como para provocar esta especia de "limbo" en el que se encuentra ahora el conflicto.

Las espadas siguen en alto y cabe esperar un repunte en la contestación. Un movimiento minoritario pero radical, violento y que cuenta con el apoyo incondicional de los "chalecos amarillos". Unos chalecos que cual Ave Fénix han vuelto al primer plano el último sábado con una nueva tarde noche incendiaria. Y la víspera, el mismo presidente vivió en directo una situación comprometida cuando estaba disfrutando de una velada aparentemente normal, una función de teatro, que por poco termina en verbena. Varias decenas de manifestantes, alborotadores convocados vía internet, intentaron sabotear la función. No llegaron a entrar en la sala pero sí esperaron la salida de Macron y señora para regalarles una cariñosa serenata. Más serio fue lo de la Rotonde, el local donde Macron festejó su victoria en la primera tanda de votaciones en las pasadas presidenciales. Esta brasserie chic, un clásico de Montparnasse junto al Dome, al Select, o la célebre Coupole, fue objeto de un atentado la noche del pasado viernes. Un cóctel molotov provocó un incendio, rápidamente sofocado, que puede, significar ese giro en el la forma. El mismo viernes, un piquete de huelguistas invadió la sede de la CFDT, profiriendo amenazas e insultando, tratando de esquiroles y de vendidos a los representantes de este sindicato presentes en el local. Nadie ha reivindicado ninguno de estos actos. Pero todo apunta a una nueva dinámica por parte de quienes se oponen a la reforma.

El tiempo muerto en el que ha entrado el conflicto vendrá seguramente acompañado de acciones puntuales, bloqueos de refinerías, de puertos, huelgas intermitentes, como la anunciada para el jueves 23, fecha simbólica, día en que el gobierno llevará al Congreso el proyecto de ley. El invierno puede hacerse largo y la primavera caliente.