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Jose Jaume

Pablo Casado, Vergüenza propia y ajena

Es muy mala noticia para la estabilidad institucional y política de España que el liderazgo de la derecha haya recaído en alguien tan lábil como Pablo Casado. El presidente del PP posee un discurso escasamente articulado, salvo que dé rienda suelta a sus verdaderas querencias, que son las de la extrema derecha, las de un nacional catolicismo que parecía superado, al menos parcialmente, desde la consolidación de la Transición. Casado lo está reverdeciendo raudo, sin complejos, porque proviene de ese campo ideológico y porque ha concluido que no se puede dejar que sea Vox quien lo usufructúe en exclusiva. Ahí radica el garrafal error del presidente del PP: confundir su vetusto aparato ideológico con el que debe revestir al PP, que dice querer ser un moderno partido anclado sólidamente en el centro derecha europeo.

Sea porque se sabe constantemente cuestionado o porque teme ser descabalgado en una de las clásicas operaciones palaciegas que tanto suelen prodigarse en el PP, el joven reaccionario dirigente del primer partido de la oposición, al que cabe el incuestionable demérito de haberlo conducido a descender por debajo del listón del centenar de diputados en el Congreso, sonroja a los suyos con asiduidad. Antes de mencionar lo del pin, observemos lo que acaba de perpetrar en el Parlamento europeo: ha votado a favor de la ultraderecha gobernante en Polonia y Hungría cuando el Grupo Popular Europeo, el de Angela Merkel, votaba en su contra, dispuesto a expulsarlos del grupo por flagrante colisión con los principios democráticos, al tratar de yugular la independencia del poder judicial. En España clama por lo contrario. El cinismo es uno de sus notorios elementos definitorios.

Pero ha sido lo del pin troglodita lo que por fin ha exhibido en toda su magnitud quién es Pablo Casado Blanco. El continuo desbarre de los dirigentes del Vox a nadie sorprende: va de suyo. Lo que no era de esperar es que Casado haya decidido que a él nadie le pasa por la derecha. Así que si Abascal dice que se adoctrina en juegos sexuales a los niños de cero a seis años, lo que supone incurrir en corrupción infantil, Casado se lanza por la pendiente, sin moderación alguna, acusando a los socialistas de querer marxistizar a los alumnos proclamando que sus hijos son suyos y cuestionando la entera arquitectura de la educación española, que en no poca medida el PP ha contribuido a implantar. Para Casado, el supuesto adoctrinamiento ha de ser combatido por los padres y la derecha en nombre de la libertad; así se hace en Murcia, Andalucía y Madrid, comunidades en las que dócilmente el PP se ha plegado a las exigencias de Vox con la entusiasta anuencia de Casado y no se sabe si la de Ciudadanos, desdibujado hasta el extremo de ser ya transparente; es decir, inexistente.

Insistamos en la premisa fundamental: Casado es un dirigente débil, sin programa definido, que vive a salto de mata, perpetuamente inquieto ante el temor de que Núñez Feijóo, timorato de primer orden, o cualquier otra facción del partido se lo lleve por delante. Queriendo emular a Vox, mimetizándose con él, está haciendo un roto monumental no solo al PP sino a la entera institucionalidad española. El Gobierno de coalición de PSOE y Podemos, siendo cortoplacista, tiene motivos para estar satisfecho; por ello explota la controversia del pin de la censura, pero, a la larga, si Vox acaba por engullir al PP, y con Casado al frente es una posibilidad cada vez más plausible, las consecuencias serán devastadoras. Obsérvese lo acaecido en Polonia y Hungría. Lo que puede ocurrir en Italia donde el fascista Salvini marcha sobre Roma.

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