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Cuando la fábrica ya no crea clase media

El cine vuelve a ser el amplificador de la decadencia del empleo industrial, después de que el lunes la Academia de Hollywood designara a American Factory como uno de los cinco nominados al Óscar al mejor documental. La obra, la primera nacida del acuerdo entre Netflix y Higher Ground -la productora de Barack y Michelle Obama, los anteriores inquilinos de la Casa Blanca-, es la autobiografía de la ciudad de Dayton, Ohio, desde 2008 hasta hoy, contada por dos lugareños, los cineastas Julia Reichert y Steven Bognar. Dayton, ejemplo de libro de los riesgos del monocultivo industrial, perdió su fuente de alimentación cuando el 23 de diciembre de 2008 General Motors cerró Moraine Assembly, que fabricaba camionetas y todoterrenos que habían dejado de tener el favor del público. Su ocaso supuso 10.000 empleos perdidos. Aunque la sexta ciudad más grande de Ohio nunca volvió a ser la misma sin General Motors, pronto encontró su primo de Zumosol, cuando empresarios chinos empezaron a invertir en Estados Unidos con la compra y la reapertura de fábricas abandonadas. En 2014 Moraine fue adquirida por el grupo chino Fuyao Glass Industry, fabricante de vidrio para la automoción.

El documental de Netflix reconstruye el aterrizaje del salvador de Dayton con material audiovisual real, gracias a que el fundador y presidente de Fuyao, Cao Dewang, abrió las puertas de su vida, su agenda, sus fábricas y sus empleados a Reichert y Bognar. Quería que fueran los notarios de su aventura, en la que invirtió 500 millones de dólares. Todo dinero era poco para una operación con la que confiaba mejorar la imagen que EE UU tiene de su China natal.

Gracias a las ansias de grandeza de Dewang, American Factory logra dar voz a los empleados de la factoría, felices con el nuevo dueño, sobre todo la etapa inicial del idilio. Dewang es el padre poderoso cuando visita la fábrica. Todos quieren estar con él. Desde las autoridades -que le conceden una calle, Fuyao Avenue- a los antiguos empleados de General Motors que hoy están en nómina y que le invitan a una barbacoa en el futuro.

Pero el documental avanza en el tiempo y Dewang no es el hombre idílico que esperaban los empleados. Éstos pasan a reflejar las decepciones generadas por la enfermedad de las expectativas demasiado altas. Es el caso de Shawnea, que cuenta a la cámara que en General Motors cobraba 29 dólares por hora y ahora 12,8. O Jill, una operadora de montacargas que perdió su casa durante la crisis de 2008 y que ahora sueña con volver a ser clase media, aunque tenga que vivir en un zulo en el sótano de casa de su hermana. Dewang, reflejo del capitalismo que viene de China (impresiona cómo se empecina en impedir la creación de un sindicato), demuestra pronto que son más de siete las diferencias entre China y EE UU y que él está lejos de ser el salvador del Dayton de antaño. Que las fábricas ya no crean clases medias, por mucho que Fuyao Glass America esté en beneficios desde 2018 y dé empleo a 2.400 empleados, que en futuro serán menos por la inexorable automatización.

American Factory, véanla si pueden, les hará pensar. ¿Hasta qué punto los damnificados de la crisis industrial hacen bien en darlo todo en busca de inversiones que no siempre les garantizan su supervivencia en una economía hoy mucho más terciarizada, más todavia cuando el futuro en todo caso es tan precarizado?

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