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JOrge Dezcallar

Respetar las instituciones

Vivimos en una sociedad hedonista donde todo el mundo reclama derechos sin aceptar que también tiene obligaciones, un mundo donde los colegiales pasan de curso sin estudiar (algo que explica las malas calificaciones que nos da el baremo de Pisa), y donde se premia el enriquecimiento por métodos fáciles que no impliquen esfuerzo y al margen de consideraciones morales o éticas. De ahí los frecuentes casos de corrupción que nos rodean sin que se obligue a nadie a devolver lo robado, se haga un vacío social a los corruptos, o al menos se les caiga la cara de vergüenza. Incluso se les vuelve a votar, por increíble que parezca.

El concepto mismo de autoridad está en cuestión. Un entrenador infantil de baloncesto acaba de tirar la toalla ante los insultos y agresiones que recibía de los progenitores de las criaturas que perdían partidos, los enfermos amenazan a los médicos de la Seguridad Social que no les recetan lo que desean, los padres de alumnos díscolos golpean a los maestros que los castigan en lugar de corregir los desmanes de sus niños, y en las manifestaciones hay más heridos entre los policías que entre los manifestantes violentos y además se critica la actuación de los mossos d'esquadra desde las mismas instituciones que deberían respaldarlos, como pasó hace poco en Barcelona. Y de niños que antaño estudiaban en el colegio un "manual de urbanidad" hemos pasado a otros maleducados porque sus padres les permiten todo "para no torcer su carácter". Siempre la ley del péndulo. Agustín de Foxá, que es hoy un autor maldito porque era falangista pero que escribía muy bien y con mucha ironía, decía que los españoles no tenemos arreglo porque vamos "siempre detrás de los curas... con un cirio o con un palo". Se me dirá que ya tuvimos cuarenta años de dictadura donde no se podía respirar y que ahora ha llegado el momento de hacerlo. Y yo, que soy muy partidario de respirar porque me va en ello la vida, creo que se debe hacer sin molestar al prójimo echándole el aliento en la cara. Y menos si se ha comido ajo. Igual que para tener más beneficios sociales hay que trabajar más y/o ser más productivos y no trabajar menos, como algunos propugnan, porque si no Europa, paraíso a escala planetaria de la Educación y de la Sanidad, no podrá seguir manteniendo el 50% del gasto social mundial (!) con sólo el 21% del PIB mundial. Hagan cuentas.

Además, si todo vale, nada vale. Me lo dijo el papa Benedicto XVI cuando tuvo la amabilidad de recibirme al finalizar yo mi destino como embajador ante la Santa Sede. El papa se refería al mundo de los valores y argumentaba que la misma tolerancia, que vemos cómo algo en principio muy positivo, debe tener límites pues "no todo vale", como no es aceptable gritar ¡Fuego! en un cine lleno de gente... porque puede provocar una estampida que acabe con muertos. Aquí la libertad de expresión cede y lo mismo ocurre con los discursos o canciones que incitan al odio y la violencia. Tenía razón, aunque soy partidario de restringir al máximo estos supuestos.

Viene esto a cuento del espectáculo ridículo que hemos vivido en el Congreso de los Diputados y en el Senado al comienzo de esta Legislatura cuando Sus Señorías (cuesta llamar así a algunos) prometían el cargo con coletillas tan estrambóticas como "en lealtad primera y última a nuestro pueblo", "hasta lograr una Navarra soberana y una Euskal Herría libre", "hasta la constitución de la república catalana", "por la libertad de los presos políticos y el retorno de los exiliados", "por las Trece Rosas" y otras originalidades parecidas ante la aquiescencia pasiva de las señoras presidentes de ambas instituciones. Y después de cada originalidad se sentaban sonrientes mirando en derredor como niños satisfechos con sus travesuras. Los humoristas les han sacado juego en las redes sociales y proponen ampliar el catálogo con sugerencias como dar vivas al vino de Jumilla o a la Font del Gat. Al parecer los reglamentos de las cámaras y el propio Tribunal Supremo permiten "flexibilidad en los acatamientos". Me parece un error. Hay cosas que no se deben adjetivar porque se desvirtúan, igual que "democracia" es un vocablo que se basta por sí mismo y que cambia de sentido cuando se le añaden estrambotes como "orgánica" o "popular". En esos casos deja de ser democracia para ser otra cosa que se trata de ocultar. Y con estos acatamientos a medida pasa lo mismo.

Otro espectáculo bochornoso lo hemos vivido durante la reciente sesión de investidura de Pedro Sánchez, con insultos y abucheos fuera de lugar en un Parlamento europeo. A mi no me gusta nada Bildu, pero prefiero verles mientras tratan de reconvertirse para hacer política en lugar de poner bombas.

Lo ocurrido en las Cortes no es una broma ni es algo inocente porque va en desdoro de las instituciones y no hay nada como menospreciarlas y ridiculizarlas para dañar lo que representan que es la soberanía nacional. Por eso los populistas y los independentistas critican a la Monarquía, porque es la bóveda del sistema que quieren derribar. Mario Soares decía que "sólo es derrotado quién desiste de luchar" y Blas de Lezo decía algo parecido cuando afirmaba que "una nación no se pierde porque unos la ataquen, sino porque quienes la aman no la defienden".

Por eso hay que respetar las instituciones, porque nos representan y son la garantía de nuestra democracia y porque al hacerlo nos respetamos a nosotros mismos.

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