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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Corea rueda por los suelos

Escribo en mi currículum que nací en Corea para que la gente me mire a los ojos. Adivino su decepción, y tengo que explicarles del barrio levantado durante la guerra coreana, con viviendas en las que era imposible que dos personas se movieran a la vez. Una debía quedarse quieta, y visité todos los nidos aunque eso es otra historia. Los coreanos no necesitamos exteriorizar nuestra procedencia, nos reconocemos a la primera palabra, pero decidí reivindicar mi vínculo con el enclave una vez en que lo atravesé con un catedrático de la UIB, tan cursi que llevaba pajarita. El pobre hombre aceleró el coche en esa porción de General Riera, casi agachó la cabeza mientras susurraba el talante pendenciero y probablemente homicida de sus vecinos. Temía que le alcanzara el proyectil de un lanzagranadas.

Así que coreano tenía que ser, y algún otro catedrático se benefició de mis raíces al solicitarme la intercesión ante los capos del distrito, que le habían sustraído joyas de valor sentimental. Sin embargo, ninguna narración ni construcción coreana puede competir con los bloques de cuatro plantas sin posibilidad de ascensor, que dibujan la escala primitiva del barrio. Es curioso el odio que han suscitado las viviendas de Corea, cuando están mejor proporcionadas y espaciadas que la basura arquitectónica de la Palma clásica. Ahora ruedan por los suelos, para empeorarlas.

Corea demostró siempre que la independencia no era una concesión legislativa, sino un estado de ánimo. El club de fútbol adyacente se llama todavía hoy Independiente. Ni las toneladas de droga ni el crisol multirracial que se anticipó a la Mallorca actual sofocaron los oasis de convivencia, donde se agudizaba el fatalismo mallorquín. Un policía local, que vive en mi calle de siempre, me lo sintetizaba el otro día. “Vino la representante de Avon, dejó aparcado su BMW y cuando salió, nadie se lo había tocado”.

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