Otra secuela del hecho de que la memoria histórica, en lugar de quedarse quieta, avance sin parar es el siguiente: uno se sumergía en el relato de hechos pretéritos aspirando solidariamente la angustia que sus días llevaban pegada (aunque al fin y al cabo con la tranquilidad de saber que eran puro pasado) hasta que al correr del tiempo se encuentra con que ha vivido esos días que se han hecho memoria, aunque sea como simple espectador (alguno incluso también como actor). Nos sucede a algunos ahora, por ejemplo, con la transición a la democracia, convertida ya en compost de memoria histórica, pero antes o después le ocurrirá a todo el mundo, y al que no, peor, pues será que ha salido de escena antes de enmemoriarse. Bien, la cosa es que cuando uno de pronto se ve de esa forma, metido en un pasado ya desecado en memoria histórica, tiene una sensación extraña, como de antepasado suyo.
