Los divorcios inevitables no presentan el menor problema. Dos personas han llegado al final del trayecto conjunto, no son las mismas que cuando lo iniciaron, y se desprenden del fatigoso yugo. La dificultad adicional surge cuando la separación no es evidente. Entonces la pareja se plantea una segunda oportunidad, que en medicina llaman segunda opinión, y coquetea con una ruleta de sentimientos mutuos contradictorios. Ay de los matrimonios que no son los suficientemente ruinosos para derrumbarse por sí solos. En estos casos, los contrayentes acaban siendo enemigos íntimos, juntos pero igual de rotos. O eso me cuentan.
