Quizás 2019 sea recordado por un fenómeno que abarcó simultáneamente y como nunca antes, una cantidad inusual de países. Se trata de las manifestaciones de protesta. Son varios los medios que en su resumen del año destacan que ciudades con problemáticas culturales, políticas y económicas tan diversas como París, Londres, Barcelona, Hong Kong, Bagdad, Santiago de Chile, La Paz, Caracas o Beirut se han visto convulsionadas por manifestaciones masivas de protesta y todo tipo de actos reivindicativos. Algunos fundamentalmente simbólicos como los topples de Femen o la quema de fotos de algún dignatario, otros con desmanes violentos destrucción urbana, heridos y muertos.

Como toda interacción humana, estos fenómenos tienen una causalidad social que explica las razones de cada evento en tiempos y espacios diversos, y una psicológica que da cuenta de la experiencia individual de cada participante. En cuanto a lo social el recurso de la comunicación por internet es un factor fundamental por la posibilidad de difusión de convocatorias de carácter masivo e instantáneo, como lo demostraron las autoridades de Irán, dejando a sus 80 millones de habitantes desconectados mediante un apagón total de internet para obstaculizar el desarrollo de manifestaciones multitudinarias.

Otra característica común es la frecuencia de protestas puras, con pocas o nulas estrategias de culminación, ausencia de demandas específicas y liderazgo. Investigadores de ciencias sociales, políticos y psicólogos estudian estos movimientos de masas y la eficacia en términos de resultados desde distintos ángulos y ya se han publicado investigaciones con hipótesis sobre estos fenómenos masivos y las fluctuaciones de su frecuencia.

Los académicos Nick Srnicek y Alex Williams, autores del libro Inventar el futuro sobre los movimientos de protesta, los describen como políticas populares fugaces, y niegan que sean herramientas capaces de transformar la sociedad. Una visión opuesta es la de la activista e historiadora L.A. Kauffman, autora de varios libros sobre los movimientos de protesta. Kauffman los defiende diciendo que ellos crean momentos históricos, y sirven para dar a la gente la sensación de ser parte de algo más grande que ellos mismos.

Lo que queda claro es que, aunque algunos autores defiendan las protestas y otros no, ambos enfoques centran el resultado en un aspecto más subjetivo que en la eficacia transformadora. Un artículo la BBC sobre la utilidad de las protestas afirmaba que en la era digital las manifestaciones que toman las calles se encuentran a un tuit o publicación de Facebook pero por lo mismo reúne a personas con intenciones y conciencia muy distintas y sin líderes definidos.

La explicación más extendida sobre las causas políticas se centra en un malestar de la población que no encuentra vías de acción real y que la lleva a actuar por desborde y desespero. Con independencia de los elementos históricos, políticos, éticos y sin cuestionar su legitimidad, los psicólogos intentamos analizar los mecanismos subjetivos que se ponen en juego en estos fenómenos sociales.

Una comprensión satisfactoria debe atacar la compleja relación entre las necesidades subjetivas y la realidad con las que el sujeto tiene que lidiar. Sabemos que la psique humana tiene el recurso del mundo simbólico y la fantasía para amortiguar la imposibilidad y la frustración de la realidad externa.

La expresión idiomática inglesa " Wishful thinking" que se podría traducir como pensamiento ilusorio, condensa las conclusiones sobre las razones subjetivas de participación en movimientos masivos del protesta y su independencia de la eficacia. Pese al diverso grado de aceptación que actualmente tienen las teorías freudianas sobre la mente y la cura de las neurosis, no puede negarse que así como Newton vio en la caída de una manzana algo trascendente, Freud fue un observador creativo que desnudó aspectos desconocidos del comportamiento humano.

En su libro Mas allá del principio del placer, Freud sacó conclusiones novedosas al observar a su pequeño nieto tirando y recogiendo un carrete con un hilo y diciendo sucesivamente "lejos, cerca", tras la marcha de sus padres. Concluyó que mediante el significado imaginario que daba a la recuperación del carrete el niño paliaba la ausencia de sus padres y que los adultos hacen algo parecido cuando substituyen el juego infantil por la fantasía, como un modo imaginario de lograr una satisfacción imposible.

Esta peculiaridad de la mente humana explicaría que tantas personas busquen unirse volcando su frustración en las calles, pacíficamente con cánticos o violentamente provocando desmanes durante horas, días y semanas, bajo la inclemencia del tiempo y reprimidos por la policía, aunque la eficacia de todo ello resulte, muchas veces, incierta.

Psicológicamente, el manifestante obtiene un resultado inmediato, al menos subjetivamente. Nada lo explica tan claramente como la frase del pensador y novelista franco-argelino Albert Camus: "Grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y necesito, al menos, creer en mi protesta".