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María Amengual

Un aborto

"Se ha parado". Tres simples palabras. Y se te hiela la sangre, mientras en una pantalla ves un cacahuete en un agujero negro que -se supone- es el interior de tu útero. "Se paró de crecer poco después de la anterior ecografía", continúa la doctora. Y te dice, tratando de consolarte, que eso es relativamente común, que un 15% de embarazos no llega a los tres meses. Que eso no significa que no puedas tener críos y que puedes volver a intentarlo después de la siguiente regla. Todo mientras intentas asumir que llevas días con tu hijo muerto en el interior de tu cuerpo.

Nadie te prepara para eso. Vivimos de espaldas a la muerte, aunque nos rodea. Nadie habla de los abortos. Como nada se dice del suicidio. Siguen siendo tabúes. Y el silencio es un doble sufrimiento, porque supone una estigmatización. Aunque sabes que nada de lo que ha ocurrido es culpa tuya, no puedes evitar que decenas de "y si" pasen por tu cabeza. En el fondo, no eres capaz de entender que esa circunferencia que viste en la primera ecografía con un punto negro que era un corazón latiendo fuerte, simplemente, haya dejado de hacerlo. A las 7 semanas.

Algunas de ellas vividas con pánico: entre agujas de hospitales, sin cerveza ni jamón, o intentando siquiera barruntar cómo va a cambiar tu vida. Preguntándote si sabrás ser buena madre, si conseguirás hacer de él o ella un ser humano libre, con dignidad, valores, respeto y educación. Y otros ratos imaginando su risa, un abrazo, o un "te quiero, mamá". Cuando se ha parado, toca volver al punto de partida. Unas pocas semanas atrás, cuando planeaba viajes para 2020 porque no sabía que estaba embarazada. Ni pretendía estarlo.

"Habrá más oportunidades" es una de las frases con las que más han intentado aliviarme. Sin entender que no se trata de eso. Un aborto no es una ocasión perdida de tener hijos. Esa concepción es tremendamente egoísta. Supongo que podré ser madre si así lo deseo. La cuestión es que ese conjunto de células era único e irrepetible. Y era mi hijo. No venía al mundo a satisfacer ninguna necesidad mía de tener descendencia, ni a llenar vacío alguno; venía a vivir su vida. Yo únicamente era el canal, el apoyo incondicional. Puede que tenga hijos, pero nunca podré tener ese hijo. Y ese es un dolor indescriptible, por lo injusto que es que una vida se apague tan pronto.

Un aborto no es un derecho; como poco es un fracaso. Una derrota de la educación sexual. Una irresponsabilidad máxima tras no haber evitado por ninguno de los múltiples métodos a nuestro alcance un embarazo no deseado. El "derecho al aborto" está lejos de ser una reivindicación feminista: es el triunfo de la infantilización. De la cobardía de eludir las consecuencias del sexo sin protección, o de la no utilización de la pastilla del día después, si todo falla. Claro que una mujer puede decidir libremente sobre su cuerpo; faltaría más. Lo que es éticamente discutible es que pueda hacerlo sobre la vida de un tercero, como si se tratara de hacerse un tatuaje. Ese debería ser el debate. Y no, no me refiero a casos como una violación, o un embarazo con riesgo para la vida. Un aborto es un drama, sea provocado o accidental. Necesita un duelo, que no puede cerrarse en falso con un "vaya marrón me he quitado de encima" o un "tranquila, podrás tener más hijos". Hacerlo en esos términos significa que no hemos entendido nada. Lo único importante es que "se ha parado". Y que descanse en paz.

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