Diario de Mallorca

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El diario madrileño El Mundo adelanta la noticia de que el ex-presidente, ex-honorable y dios sabrá cuantas ex-cosas más Jordi Pujol es un delincuente que dejó de pagar nada menos que 885.651 euros por los derechos sucesorios que su padre le legó en su día y que la familia Pujol ocultó en Andorra —sin detalle de cuál de sus miembros lo hizo. La oficina que se encarga de investigar los fraudes, la llamada ONIF, ha presentado ante la Audiencia Nacional su informe definitivo que afirma dos cosas: que el señor Pujol defraudó a sabiendas al erario público, es decir, a todos nosotros, catalanes incluidos, y que su delito ha prescrito por el tiempo pasado desde que se cometió. Con lo que me atrevo a añadir una tercera conclusión: que el padre espiritual y material del soberanismo, ya saben, el proceso que se ampara en aquella frase ya casi olvidada de que "España nos roba", dispuso de poderes sobrenaturales para conseguir que Hacienda no se le echase encima dentro de los plazos reglamentarios. Porque intente usted, pongo por ejemplo, no pagar el Impuesto de Bienes Inmuebles si es que dispone de una propiedad, o dejar de pagar una simple multa de tráfico, y ya verá lo eficaces que son los medios con los que Hacienda le embarga sus cuentas. Creer que pasarán los años hasta que intervengan ya sean la ONIF o la Guardia Civil es una especie de recurso de un guionista desesperado.

Pero tampoco veo que haya habido reacción alguna de los principales actores de la clase política que salen todos los días a dar su opinión sobre lo inútil y malvada que es la administración española a la más mínima de cambio, y no digamos ya cuando un suceso de estas dimensiones se hace público. No he leído, ni oído, ni el más mínimo comentario de los líderes de Podemos o del PSOE que están intentando armar el gobierno de coalición. En silencio ha quedado el señor Rufián (de apellido, no de condición), ése mismo que ha recibido el discurso navideño del monarca en el que pedía entendimiento, diálogo y superación de las fracturas sociales, diciendo el portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya que parecía un mitín de Vox. Con lo que me queda la duda acerca de a qué deberá parecerse que el delincuente Pujol se vaya de rositas sin necesidad siquiera de recurrir a los jueces belgas. A milagro, digo yo, pero de los propios de la sociedad satánica que acaba de recibir el placet del Ministerio del Interior sin que tampoco le importe a nadie porque el demonio, en comparación, se nos ha vuelto una especie de monaguillo trasnochado. Lo nuestro son los milagros de verdad, inaugurados por la benevolencia para según quién de Hacienda y el encaje de bolillos de la abogacía del Estado buscando cómo liberar a quien cuenta con una pena firme de cárcel de trece años impuesta por el Tribunal Supremo. Pregúntenle a Pujol, que seguro que tiene la respuesta. Y mientras tanto, muy feliz año nuevo. Aunque cada vez huela más a usado.

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