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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

El 'brexit' y nosotros

Con su victoria de la semana pasada, Johnson pavimenta el camino hacia el 'brexit'. Cuanto antes mejor

La victoria apabullante de Boris Johnson incrementa aún más la presión sobre la Unión Europea. No a corto plazo -despejar cualquier incertidumbre se saluda siempre con gozo desde los mercados-, pero sí a medio y a largo. En la opinión pública continental se ha impuesto una visión sesgada y excesivamente triunfante de lo que va a suponer el brexit; no para ellos desde luego, sino en clave interna para nosotros. La salida británica constata los graves problemas que aquejan al proyecto comunitario -su falta, digamos, de poder magnético- y sólo nos queda confiar en que no sea el preludio de una quiebra interna mucho más definitiva. Polonia o Hungría dibujan un panorama inquietante en este sentido, como también es sintomático -por otras razones- el hondo malestar político de sociedades como la italiana o la española. Parece ingenuo, en todo caso, defender una Europa en blanco y negro, donde unos son muy buenos (y listos) y los otros muy malos (y tontos). De hecho, los grises resultan mucho más significativos de lo que permite suponer nuestra habitual autosuficiencia: sin gigantes tecnológicos ni una capacidad operativa real para defender las fronteras, hay algo quimérico todavía en la Unión. La urgencia con que ahora se quiere acelerar el salto a una economía libre de CO2 tiene tanto de emergencia climática -seguramente real, por otro lado- como de última esperanza para una economía, la europea, que está perdiendo la batalla de la nueva revolución industrial. La de la inteligencia artificial, sin ir más lejos. O la de la biología sintética, por poner otro ejemplo.

El fracaso europeo constituye entonces el reverso del brexit, una fuerza centrífuga y no centrípeta. Un alto ejecutivo de la City se preguntaba hace unos años quién querría estar asociado a la zona geográfica con mayor estagnación del mundo: la UE como se percibe ya un enfermo global. El argumento, quizás exagerado, apunta sin embargo en la dirección adecuada: muchas políticas no se han planteado bien y, demasiado a menudo, han primado los intereses concretos de las naciones sobre los del conjunto de la Unión. Con la presión asfixiante de Rusia y la bomba demográfica que representa África, unidas al desinterés cada vez mayor de los Estados Unidos hacia el Viejo Continente, asombra la lentitud europea a la hora de articular un ejército propio capaz de defender sus fronteras, tanto internas como externas. Asombra que, una década después del estallido de la crisis de las hipotecas subprime, con la consecuente deuda soberana, la Unión haya avanzado tan poco en el campo de la solidaridad financiera y bancaria. La evidente fractura social no ha dado lugar a una reforma profunda del Estado del bienestar que lo haga viable, sostenible y eficaz. Sobre la nueva Ruta de la Seda que pretende levantar China -sin duda, la infraestructura de mayor relevancia geoestratégica del último siglo-, Bruselas no tiene nada qué decir. O peor, dice lo que dice pero sin ofrecer alternativa.

Con su victoria de la semana pasada, Johnson pavimenta el camino hacia el brexit. Cuanto antes mejor. De este modo, el Reino Unido podrá ensayar la famosa vía de Singapur caracterizada por impuestos bajos, seguridad jurídica y enormes inversiones en I+D. Supone también una nueva oportunidad para decidir el futuro de la UE. De no hacerlo, la vieja Europa sea canibalizada por tres frentes: Rusia y China por el este, la incontrolable demografía africana por el sur y el atlantismo americano por el oeste. Es lógico: faltos de poder magnético, seremos atraídos hacia otros polos. Se trata sencillamente de una ley natural.

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