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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

El Armagedón climático

Nada permite asegurar nuestra supervivencia como especie, lo más probable es que desaparezcamos como tantas otras

Pensamos, ridículamente, en soluciones de emigración planetaria para cuando el sol agote el hidrógeno y empiece a quemar el helio convirtiéndose en una gigante roja zampándose la Tierra; y después en una enana blanca. Faltan, aproximadamente, unos 5.400 millones de años para este final. Digo ridículamente porque nos creemos, merced a nuestro antropocentrismo, los reyes del mambo cuando, en realidad, los sapiens no llevamos más de 400.000 años en el planeta; compárenlo con los 100 millones de años en que los dinosaurios reinaron hasta que un gran asteroide los extinguió. Desconocemos absolutamente nuestro futuro que, debido al proceso de degradación ambiental, puede ser progresivamente penoso hasta la extinción total si no somos capaces de revertirlo; o rápido, de acuerdo con un avatar cósmico parecido al impacto de hace 60 millones años. Nada permite asegurar nuestra supervivencia como especie. Lo más probable es que desaparezcamos como tantas otras.

El reto planteado es asegurar el máximo posible de nuestra presencia en la tierra en el supuesto del control climático y un medio ambiente sostenible. Ésta es la misión que el mundo se ha propuesto a través de lo ONU y las cumbres climáticas como la COP 25 que se está celebrando en Madrid. La cumbre tiene dos objetivos básicos: uno, político para que los países implementen planes más ambiciosos de recorte de emisiones de CO2; otro, técnico, culminar el desarrollo del acuerdo de París, la regulación de su artículo 6, los sistemas por los que se intercambian unidades o derechos de emisión de CO2 entre países y empresas, punto en el que las negociaciones están encalladas. La Unión Europea, a través de su presidenta Ursula von der Leyen, ha presentado una hoja de ruta para un Pacto Verde para Europa y el planeta. Se trata de conseguir para 2050 que Europa sea el primer continente climáticamente neutro; con un programa de reducción de emisiones, de creación de puestos de trabajo y de mejora de la calidad de vida. La Comisión Europea presentará para ello un plan de inversiones de un billón de euros para los próximos diez años; para los próximos siete años, entre el Banco Europeo de Inversiones y capital privado se dispondrá de un total de 100.000 millones; además, la primera ley europea sobre el clima.

Haya acuerdo o no respecto al citado punto sexto del acuerdo de París, se inicie la hoja de ruta planteada por von der Leyen o cunda el ejemplo de Greta Thunberg atravesando el Atlántico en catamarán, o el de la Anábasis climática de Pau de Vílchez, nuestro concienciado Thunberg senior, desde la UIB hasta Madrid atravesando, en navío y tren, durante catorce horas, piélagos de plásticos y tierras desertizadas, uno no puede sino sumergirse en el más crudo escepticismo ante tanta promesa de redención climática. ¿Dónde figuran en la asunción de compromisos los mayores contaminantes del planeta?¿Dónde EE.UU? ¿Dónde China? ¿Dónde Rusia? China es el mayor emisor del mundo, el 27,2% de total; EE.UU, el segundo, el 14,6%; India, el 6,81%; Rusia, el 4,88%. Es impensable que se puedan reducir las emisiones sin el compromiso de esos países, los más contaminantes, absolutamente contrarios a hacerlo. Son dignos de encomio los proyectos europeos y de otros países, pero insuficientes desde el punto de vista global. La pregunta que deberíamos hacernos, más allá de declaraciones retóricas es si es posible primero ralentizar y después revertir las emisiones de CO2 sin el concurso de los principales países emisores, cambiando radicalmente incluso una alimentación basada en la carne. ¿De qué serviría el esfuerzo de Europa si EE.UU y China mantienen las suyas? El clima es global y no entiende de fronteras geográficas. La ONU no es, desgraciadamente, un gobierno mundial con capacidad para hacer cumplir sus resoluciones mayoritarias.

No es posible imaginar, al menos de momento, un drástico cambio en el modo de vida basado en el consumo de los países desarrollados, ¿quienes lo votarían?¿Sobrevivirían las democracias? Tampoco es imaginable la voluntaria renuncia del resto de países a alcanzar los niveles de consumo de los primeros. Tampoco lo es a medio o largo plazo un verdadero gobierno mundial. Posiblemente sólo sería viable en el momento en que una inmediata amenaza de desaparición humana se hiciera presente. Es pues, por desgracia, otro el escenario que va a plantearse en el futuro. Si Europa está en una situación delicada frente a una economía mundial liderada por EEUU y China, todos los esfuerzos encaminados a disminuir las emisiones, esfuerzos económicos y sociales, supondrán mayores costos de producción y por tanto de mayor debilidad económica frente a los líderes mundiales que incrementarán su poderío económico merced a su ventaja competitiva. Sin una autoridad mundial inapelable que imponga restricciones a las grandes potencias, éstas van a seguir protagonizando un juego de la gallina en el que probablemente ninguno vaya a apearse de las ventajas que les proporciona su industria contaminante; ¿lo haría la India, una potencia emergente frente a su vecino y rival, la poderosa China, ya hegemónica en Asia? Los científicos alertan de que ya estamos en situación de emergencia, del punto de no retorno. Para cuando las potencias asuman la necesidad de aceptar los límites será posible vislumbrar la necesidad imperiosa de aceptar una autoridad mundial. Para entonces quizá esté ya comprometido nuestro futuro como especie.

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