Diario de Mallorca

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Pese a la profusión de voces que jalean las exigencias de los soberanistas catalanes „y, pronto, vascos„ la democracia no consiste sólo en expresar la voluntad ciudadana en las urnas. Igual de importante es que exista una separación estricta de poderes que haga absurdo, por ejemplo, el reclamar al Gobierno medidas que les corresponde tomar a los jueces. Y contar con un Parlamento en el que los diputados ejerzan como tales.

En su libro dedicado a la Segunda guerra mundial, Winston Churchill narra de manera meticulosa las vaivenes políticos y militares por los que pasó Europa pero no sólo eso. En la página 408 define el Parlamento libre y soberano aquél elegido por sufragio universal y capaz de echar al Gobierno en cualquier momento pero orgulloso de defenderlo en sus épocas oscuras. Es una cámara así la que, en opinión del gran estadista, más separaba al Reino Unido de las dictaduras con las que estaba en guerra.

¿A cuál de las dos clases de parlamento se parecen nuestras Cortes? Desde luego que una moción de censura, la del año pasado „la única triunfante desde que se restauró la democracia en España-, fue capaz de derribar un Gobierno pero ni uno solo de los diputados votó otra cosa que no fuese lo que le ordenaba su partido. La expulsión de Mariano Rajoy de la presidencia del Gobierno fue el resultado de un acuerdo entre grupos y coaliciones, no una decisión de cada congresista según su propia conciencia política. A todos los efectos, en nuestras Cortes daría lo mismo que diputados y senadores se quedasen en casa y una simple calculadora sacase el resultado de las votaciones porque la práctica de la culiparlancia hace que los discursos sean previsibles e inútiles. Los votos son siempre los que el partido ordena, salvo que alguna señoría se equivoque de botón o, todo lo más, abandone el hemiciclo para no tener que retratarse. Estamos a años luz de lo que es la Cámara de los Comunes de Londres.

Como se recordará, Churchill asumió el cargo de primer ministro porque el rey Jorge VI se lo ofreció tras producirse la caída de Francia en manos de los nazis y quedar atrapado del ejército expedicionario británico en los alrededores de Dunquerque. Encomendar al Gobierno a Churchill fue una decisión que, en términos constitucionales, correspondía al monarca al margen de cuál fuese la distribución de escaños de la cámara baja. Y éste recurrió a quien había llevado a cabo, en memorables discursos parlamentarios, serias críticas y advertencias contra la política de su propio partido bajo el mandato de Neville Chamberlain. Churchill no era el líder del partido conservador que tenía mayoría en la cámara de los Comunes; de hecho, al principio de su mandato obtuvo un mayor apoyo de los laboristas que de su propio partido. Nosotros, ahora mismo, necesitamos alguien así. Pero eso sólo serviría si nuestros parlamentarios fuesen como los británicos.

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