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Daniel Capó

Volver a los conocimientos

China volvió a triunfar en PISA. Lo hizo junto a otro de los gigantes educativos asiáticos: la minúscula Singapur, uno de los ejemplos más asombrosos que conozco del poder de la voluntad y de la inteligencia a la hora de moldear la prosperidad. China, al igual que Singapur, se impone gracias a un modelo que le resultaría familiar al legendario maestro Confucio: el esfuerzo familiar -el fracaso escolar supone un oprobio para toda la familia-, el cultivo de la atención y la práctica continua, un incremento notable de la exigencia, los cientos de horas de extraescolares académicas en centros de repaso privados y la confirmación, en definitiva, de la vieja máxima virgiliana "Labor omnia vincit", según la cual obtiene la victoria quien se esmera y trabaja a fondo. Frente a los resultados asiáticos, las cifras europeas -y las estadounidenses- consolidan, informe tras informe, una imagen de mediocridad que admite, por supuesto, múltiples matices. El caso más paradigmático quizás sea el de Estados Unidos, donde conviven colegios -e incluso Estados- de elite junto a otros muchos fracasados. La fractura social de fondo refleja otra ruptura aún más grave, ideológica y cultural, entre los que sitúan el conocimiento como un valor clave y los que no. Otra tendencia de fondo que se va consolidando es el declive del mito finlandés, cada vez más perdido entre las sombras de su éxito anterior. Su descenso, trienio a trienio, recuerda el destino de otro mito escandinavo, Suecia, que ha gozado de un ligero repunte en esta última edición. Estonia, Polonia y Portugal parecen marcar el camino de la mejora en Europa, junto a otros países que al menos viven en una aurea mediocritas: ni muy arriba ni muy abajo.

Los resultados españoles son difíciles de interpretar y han venido marcados por las acusaciones de posibles irregularidades en las pruebas de comprensión lectora. Ha sorprendido, sobre todo, el descalabro en Madrid tras una serie de mejoras sucesivas. ¿Es la consecuencia tal vez de la absurda aplicación masiva del bilingüismo castellano-inglés en la mayoría de sus colegios o hay algo más? ¿Los recortes en recursos? ¿La aceleración en el uso de pedagogías contrarias al conocimiento y la memoria? ¿Quién sabe? Los números en otras comunidades de éxito, como Navarra, no animan al optimismo. Se constata, eso sí, que disminuyen los alumnos sobresalientes -menos de un 10 % en España frente al 44 % en China- y se incrementan los alumnos que no llegan a un mínimo de conocimientos -en torno a un 25 % en nuestro país-. Se lea como se lea, España no mejora y la fractura se hace mayor. Las duras consecuencias las pagaremos en el futuro. No es necesario que el informe PISA nos lo recuerde.

En un reciente ensayo, titulado Devaluación continua, Andreu Navarra trazaba un panorama desolador, con alumnos que terminan la ESO prácticamente sin alfabetizar, desmotivados y con graves carencias psicosociales. Una de las anécdotas que cuenta en el libro es sobrecogedora: la de un curso -el autor es profesor de secundaria- en el extrarradio de Barcelona, ninguno de cuyos alumnos desayuna habitualmente. No son historias habituales, pero sí más frecuentes de lo que muchos pensamos. No querer ver la realidad ante nuestros ojos constituye una forma de ceguera, quizás la más perniciosa. La pobreza infantil es un hecho, al igual que sus consecuencias. El fracaso escolar en muchos centros es otro tema del que todo el mundo habla pero al que nadie pone remedio. Al menos, no a fondo ni con la prioridad exigible. Me temo que respetar el futuro de los niños pasa por volver a los conocimientos.

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