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Mar Ferragut

Juro por un país con más Zamarrón

Es bonito apreciar que las musas han tenido a bien visitar a los diputados en estos meses de asueto en los que las cortes han estado disueltas. Y es que como no se sabe hasta cuándo durará esta legislatura, hay que aprovechar el segundo de gloria que es el juramento del cargo y acatamiento de la Constitución: un trámite al que años atrás ni prestábamos atención y al que ahora se dedican minutos del telediario, titulares de periódicos e incluso acciones legales por la diversidad de fórmulas creativas usadas por los diputados. El 'sí, prometo' combina con todo pero está demodé. 'Por imperativo legal' hace ya más años que viene sonando, así como 'por los presos políticos'. Novedades de esta temporada son 'por la España vaciada'; 'por España' a secas; 'por el planeta'; 'por la justicia social'; 'por las Trece Rosas'; 'por un país en el que el amor gane al odio' (suerte con eso); 'por un país verde en el que todo el mundo tenga una vivienda'; 'por un país en el que la gente no te coge del brazo cuando te habla' (vale, este lo he añadido yo).

Lloro de risa al recordar que en la última campaña electoral aún se oyó a algún candidato apostar (por lo bajini y como quien dice que empezará el régimen después de Navidad) por utopías como un 'pacto por la educación' y otros 'grandes acuerdos de Estado'. La tensión y falta de entendimiento ha llegado a un nivel tal que los partidos ni siquiera quieren transmitir la imagen de normalidad que podría ser la de los disputados acatando el cargo tirando simplemente del 'sí, juro' o 'sí, prometo' y dejando la batalla diálectica y política para más adelante. Pero en el Congreso, en esta época de tiempos fugaces y política de símbolos y espectáculo, la discrepancia, la protesta y las líneas rojas se muestran desde el primer momento. Es lo que hay, un reflejo de la sociedad y política actual, y el Tribunal Constitucional ya ha dicho que esta "flexibilidad" al jurar el cargo es válida, así que ¿podemos ir ya a legislar de verdad? ¿Montamos un nuevo circo de indignación, dramatismo y recursos judiciales o intentamos resolver algún problema real aunque sea de casualidad? Gobernar, legislar, proponer y hacer oposición seria (quiero pensar que existe) no es como montar en bicicleta: con tanta repetición electoral y el estado de campaña permanente, nuestros políticos se/nos ahogan en un mundo de posicionamientos, tuits, declaraciones y gestos simbólicos, que pueden ser importantes, pero no pueden ser lo único.

Si me tengo que quedar con algo simbólico del arranque de la XIV Legislatura es con la actitud de Agustín Javier Zamarrón, de nuevo presidente de la mesa de edad (Valle-Inclán para los clásicos; Dumbledore para los fantasiosos). Él también usó su momento de estrellato, pero no para reivindicar nada sino para algo inusual en nuestro país: pedir perdón.

Con solemnidad y humildad, el socialista entonó el mea culpa y agachó la cabeza (literalmente) en señal de perdón y respeto. Verle haciendo esa semirrevencia genera una sensación de extrañeza: no estamos acostumbrados a que los políticos nos pidan disculpas y asuman responsabilidades de una forma tan sencilla y honesta, como sí se hace por ejemplo en Japón, donde directivos de bancos quebrados, gobernantes corruptos o incluso cantantes famosos no dudan en doblarse por la mitad para pedir perdón y mostrar arrepentimiento.

Aquí, hay políticos que nos riñen (pienso en un expresidente con exbigote), otros nos mienten, algunos sí nos sirven (sí, lo creo), muchos nos toman por tontos y también los hay que malgastan o directamente roban nuestro dinero (cómo olvidar a tan entrañable grupo). Pero nunca nos piden perdón, como tampoco es habitual que los adultos pidan perdón a los niños (aunque tengan razón). Por eso fue raro ver al exquisito Zamarrón haciéndolo.

No solo nos trató como a adultos: nos trató como a los receptores de un servicio que la clase política, reconoce el diputado, no ha sabido darnos. Yo juro por un país con más Zamarrón en el que la gente no te coge del brazo mientras te habla.

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