Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Efecto Vox

Vox es el sol negro viral de la política española. Para denostarlo. Nada tan expresivo como el tuit de Rosalía (soy un admirador incondicional de la estrella de Sant Esteve de Sesrovires): "Fuck Vox". Denostada ella misma por los independentistas y, ahora, por los seguidores de Vox. Nada tan unánime entre independentistas y la extrema izquierda que no quiere ser llamada así (la de Unidas Podemos), como la exigencia de un cordón sanitario en torno a Vox, el partido de la extrema derecha, al que no hacen ascos, según se tercie, tanto PP como Ciudadanos.

Se nos preguntaba desde Europa el porqué de la inexistencia de la extrema derecha en España, tan presente en toda Europa y muy significativa en Alemania y Francia. Recordemos que el Frente Nacional se nutre en Francia, en la banlieue parisina, de los antiguos votantes del PCF. Fueron los antiguos votantes comunistas los que ante problemas como el paro debido a la competencia por un puesto de trabajo con los inmigrantes, el deterioro de la convivencia en barrios de París y Marsella y la precariedad inducida por la globalización, orientaron sus votos hacia un partido xenófobo, nacionalista, autoritario y contrario a la globalización económica, el Frente Nacional. Algo parecido ocurrió en Alemania con AfD. El 10N los votos de Vox han procedido de los que tenía Ciudadanos, un 65%; de los del PP, un 20%; de los del PSOE, un 10% (¡300.000 votos!) y hasta un 2% de los de UP. En su mayor parte en zonas de renta media-baja y paro elevado. ¿Cuál es la motivación de esas transferencias de voto? A mi juicio han sido una respuesta electoral a la incapacidad de los partidos vertebrales clásicos de afrontar los nuevos retos sociales, atenazados tanto por las dificultades objetivas de su resolución como por la dictadura de la corrección política que, en muchos casos impide siquiera tratarlos públicamente. Pero en democracia lo que en la sociedad existe no puede quedar obviado u ocultado durante mucho tiempo. En crisis resurgirá como un deseo reprimido freudiano en el subconsciente colectivo. Si no se baja el paro, si no se actúa contra el top manta, si no se regula la inmigración, si se atribuye distinta sanción penal en función del género, si no se ordena la globalización económica sin mano de obra esclava, si no se termina con la ocupación de casas, si no se defiende a los catalanes que quieren seguir siendo españoles, etc., va a surgir un partido como Vox, el "ello" de la política española.

El remedio, equivocado, lo han formulado tanto independentistas como Podemitas: el cordón sanitario. Aquí en Mallorca lo ha explicitado el inefable Miquel Ensenyat, el hombre que ha sesteado en la gestión del Consell Insular de Mallorca hasta la rebelión de los ecologistas por la autopista a Campos, pero que ha sido referente obligado en cuestiones vitales para los mallorquines, como la causa de la paz, de la multiculturalidad, del progreso, de los indios nativos californianos, del vivir plenamente en catalán en una sociedad multilingüe, del recibimiento, gastos pagados, a los refugiados en Quíos, y en la cruzada feminista contra el amor romántico. En efecto, Ensenyat ha reclamado el cordón sanitario contra Vox: "Hay que aislar a la extrema derecha€No hay que presentar enmiendas a las propuestas de Vox€Hay que evitar debates estériles (sic), aislarles, no ser colaboracionistas".

Pienso de forma diferente. En la medida en que los partidos del consenso socialdemócrata, que va del PSOE al PP, ignoren problemas reales que existen en el país y eviten debatir sobre los mismos con Vox, mientras sólo Vox los incluya en la agenda política, Vox seguirá creciendo. No debatir con Vox sería tanto como dar pie al convencimiento entre los ciudadanos de que no lo hacen porque no tienen soluciones a los problemas planteados. La obligación democrática de los partidos centrales consiste, en primer lugar, en abandonar la idea de que, no tratando los problemas, éstos desaparecen. Hay que enfrentar los problemas; por ejemplo, el necesario pacto educativo, que permita abandonar el pelotón de cola de los países desarrollados en el que nos encontramos según el informe Pisa; pactar dando la estabilidad de gobierno que España necesita, entre otras cosas para ser un vector determinante en la política europea; atajar la crisis del sistema de pensiones; resolver la financiación autonómica; enfrentar la precariedad laboral; la de la vivienda; reformar la Constitución y el sistema electoral, etc.; salir sin contemplaciones del ensimismamiento e inmovilismo en el que están sumidos tanto el PSOE como el PP. En segundo lugar, revitalizar el parlamento y debatir desde la moderación y la racionalidad las propuestas de Vox. Es desde la acción de gobierno y desde los debates parlamentarios desde donde pueden y deben ser contrarrestadas las posiciones extremas. No sólo las de Vox, también las de UP y las de los independentistas. Lo que más contribuye a la exaltación de los extremos es el inmovilismo de los partidos centrales del sistema. Tienen que moverse y hacerlo ya. Repantigarse en la oposición por miedo a Vox o apostar por el pacto con la extrema izquierda de UP es apostar por la inestabilidad y la congelación de los problemas que nos asedian. Es respetable que los partidos aboguen por su permanencia en el tiempo, pero es inasumible que lo prioricen al futuro de la sociedad. Si así lo hacen arruinarán nuestro futuro y, al cabo, también saltarán ellos por los aires.

Compartir el artículo

stats